“Amic meu, cerca Déu en la veritat del cristianisme, però cerca'l també en les veritats eternes dels altres: els jueus i els musulmans! Perquè tot aquell que cerca la veritat, de la manera que sigui, està en el camí correcte cap a Déu, de qui brolla tota la veritat”.
La cita, atribuida a nuestro sabio Ramon Llull, me permite introducir este nuevo artículo fruto de la reflexión originada por el análisis de la convulsa situación actual. Una coyuntura compleja en todos los ámbitos. Si nos centramos en la economía, basta formularse dos preguntas: ¿Cómo afrontarla? ¿Aplicamos tradición o innovación?
Repasemos algunos de los últimos titulares informativos. Los mercados financieros mundiales se desploman. El IBEX 35 se hunde por debajo de los 7.800 puntos. La recesión industrial afecta de lleno a los Estados Unidos y China. Los gobiernos emprenden una cruzada contra el dinero en efectivo. El Banco Central de Suecia coloca el tipo oficial del dinero en negativo. El riesgo de recesión crece al ritmo que aumenta el miedo en los mercados. Cae el precio del bono alemán y aumenta la prima de riesgo española. El Euríbor a 12 meses, referencia para muchos créditos hipotecarios, ya está en negativo...
Este no es el paisaje al que estábamos acostumbrados. Ahora se abren nuevos espacios nunca transitados por la tradición financiera, unos territorios no explorados que ponen en evidencia las medidas monetarias y fiscales que tradicionalmente se han empleado para combatir la recesión. En tiempos de prosperidad, se desarrolla inevitablemente una euforia especulativa y un rápido aumento del volumen del crédito hasta que estalla la burbuja provocando la recesión. Una dinámica que determina la frecuencia y el alcance de los ciclos económicos, que suelen afectarnos cada 7 u 8 años con una crisis.
En el mundo de la economía, solía seguirse un proceso de resolución ortodoxo y pragmático, basado en diferentes teorías. De ellas, sobresalía la de Keynes que exponía que los mercados financieros no se equilibran automáticamente. El teórico inglés mantenía que los tipos de interés bajos eran imprescindibles para potenciar la financiación de la economía productiva.
Entonces, la abundancia de capital afectaba gravemente la rentabilidad de los ahorradores. La ciudadanía, especialmente las clases medias, veían disminuir su patrimonio y su aversión al riesgo las llevaba a provocar la escasez de capital y, simultáneamente, a aprovecharse de él. Keynes denominaba este fenómeno ‘la eutanasia del rentista', era la consecuencia directa de lo que entendía como la prioridad fundamental de la economía: conseguir un sistema capitalista más estable, funcionando a niveles de pleno empleo. Un objetivo que requiere abundancia de capital y unas tasas de interés bajas, así como un fuerte estímulo para la inversión productiva.
El ciudadano ahorrador encuentra hoy unos tipos de interés bajísimos y una bolsa errática sobre la que se extiende una desconfianza creciente, que ni siquiera le alegra el anuncio garantizándole ganancias y dividendos.
Aunque se hayan aplicado ajustes severos en los últimos años, las deudas mundiales acumuladas se han multiplicado por dos y esta coyuntura vierte aún más dinero en la deuda, en la renta fija y contribuye a formar una espiral descendente de los tipos en casi todos los plazos. En el paraje de los bajos tipos a corto persiste un débil crecimiento y un empleo frágil con escaso fomento de nuevos puestos de trabajo. Los tipos bajos a largo dibujan una naturaleza sin tensiones inflacionistas, que diluye en el tiempo el riesgo de crisis. Y es aquí donde surge una pregunta inevitable: ¿no se estará formando una involución en la deuda pública y, en general, en la renta fija?
Hace más de 700 años que aquel sabio iluminado anunció, en la Mallorca del siglo XIII, que ‘la verdad es la huella de Dios en el mundo'. Llull, trovador, caballero, senescal en la corte de Jaume II, inventa una ‘máquina de la verdad' con la que pretende lograr la unificación de las tres religiones monoteístas. Entonces, la visión innovadora se imponía a la tradición. ¿Qué pasará ahora?
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