La segunda generación, formada por Toni Jordà, su mujer Isabel Ferrer y su hermano Martí Jordà, se unió al negocio que había fundado su padre. Hoy Toni Jordà ya está jubilado, Martí Jordà es el pirotécnico que fabrica la mayoría del material e Isabel organiza el trabajo y se encarga del montaje. La tercera generación está formada por Toni Puigròs, yerno de Toni Jordà, y su mujer. Él se encarga del diseño de los fuegos y de la innovación con nuevos procesos de fabricación.
ESTACIONALIDAD. El trabajo de la pirotecnia es muy estacional. La mayoría de fuegos se concentran durante el verano, mientras en invierno se diseñan nuevas formas y figuras y se fabrica y almacena el material. “Todas las fiestas de los pueblos son en verano y las bodas también. Tenemos un pico de trabajo también en Navidades, Nochevieja y Sant Antoni, aunque el trabajo duro se hace con el calor”, indica Margalida Ribot, directora de marketing y empleada.
El grueso del trabajo de la empresa es el montaje de los fuegos. Para ello, Pirotècnia Jordà contrata a personal eventual, ya que la empresa “no da” para tenerlos a todos en plantilla. De esta manera, son seis trabajadores fijos en invierno y en verano pueden sumarse hasta doce más, en función de la demanda.
En la actualidad es la única empresa de pirotecnia que existe en Mallorca, ya que la antigua que había en Pòrtol de Antoni Frontera vendió las instalaciones a la empresa valenciana Europlá a mediados de 2013, que las utiliza solo como depósito.
La producción actual de Pirotècnia Jordà se basa en cohetes con caña y petardos, además de todo lo necesario para realizar los castillos de fuegos artificiales. En cambio, el material infantil proviene de China. “Igualar el coste es imposible”, afirman. Según Ribot, donde más se utiliza material de China es en las bodas, “porque con un presupuesto de 500 o 1.000 euros tienes que hacer que cada euro luzca y utilizar cosas baratas, como baterías automáticas”, apunta. En cambio, para los castillos de fuegos solo un 20% de todo el material es importado, mientras que el resto sale de su fábrica.
“Los cohetes son artesanía pura”, señala. Es un proceso manual de combinación de productos químicos para conseguir un efecto visual determinado. El color y la forma deseada se consiguen con bicarbonato, aluminio, sulfato de cobre, magnesio y pólvora. El fulminante es la sustancia que provoca el trueno.
La actividad de Pirotècnia Jordà se basa en hacer castillos de fuegos artificiales, bodas y material para correfocs, en mayor medida, además de piromusicales. Un presupuesto de un municipio para sus fuegos es, de media, de tres o cuatro mil euros, aunque algunos superan con creces esta cifra. En total, calculan que realizan cada año cerca de 200 espectáculos pirotécnicos. Han participado también en numerosas películas filmadas en la isla y este pasado año, además, participaron en el espectáculo con DJs del hotel BH Mallorca. Ostentan con orgullo el mérito de ser la primera pirotecnia no valenciana en disparar una mascletà en las Fallas de Valencia de 2003.
En cuanto al montaje, se trata de un trabajo “pesado”. “Montar un castillo de fuegos grande supone ir a la playa y estar al sol. Hay que distribuir los hierros y repartir sacos de 20 kilos. Son horas y horas de trabajo antes de que llegue lo bonito, que es montar el material y que explote, que dura apenas unos minutos. Y después hay que recogerlo todo”, afirma.
En 2011 anunciaron el cierre inminente de la empresa si los ayuntamientos no subsanaban las deudas que habían contraído. “Teníamos un agujero de más de 300.000 euros y había pueblos que nos debían los fuegos de tres o cuatro años”, recuerda Ribot, aunque finalmente la empresa siguió adelante.
BUROCRACIA. “La principal dificultad que tenemos es la burocracia”, afirma Ribot, y añade que el “papeleo” les ha hecho casi tanto daño como la crisis. Para hacer unos fuegos se necesitan una larga serie de permisos. “Si los fuegos los hace el municipio, necesitamos un permiso del ayuntamiento. Si se tiran en un solar privado, permiso del dueño, como por ejemplo un hotel. Si se pasa de los 10 kilos de material (que pasa normalmente, excepto en las bodas), tenemos que pedir permiso a Delegación de Gobierno. Si los fuegos se hacen en la playa, también a Costas. Si está a menos de 500 metros de zona boscosa, a Medi Ambient, y si se queman más de 50 kilos, hay que presentar el plan de seguridad a la Guardia Civil. El problema es que se encadenan porque unos exigen el permiso de los otros, y como hay que gestionarlos 15 días antes del fuego, no hay tiempo de tenerlo todo”, explica. Para cada solicitud de un permiso, continúa, se tiene que presentar cada cohete, con su número de catálogo de compra o especificar si es de fabricación propia, el peso, cuántos se tirarán y el peso total.
“El problema es que la burocracia nos afecta más a las empresas que a un particular, cuando tendría que ser al contrario porque tenemos mucha más experiencia y conocemos el riesgo. Sabemos cuándo ha llovido, cuándo hay niebla, qué se puede tirar y qué no en cada circunstancia. Pero debido a un incendio que hubo en la Península por culpa de un particular, Medi Ambient se ha vuelto muy exigente. No tienen en cuenta las circunstancias y dicen no de antemano. Solo en una semana hemos perdido cinco fuegos este verano”, afirma.
“Nosotros queremos hacer las cosas bien. Ya avisábamos a la Guardia Civil cuando no era obligatorio. El problema es que cada uno va por su lado y que no se ponen de acuerdo. Un particular puede quemar cualquier cosa y nadie le dice nada, pero a una empresa le exigen muchísimo. Hay una falta de proporcionalidad absoluta”, dice con rotundidad.
Y aun así, sabe que la pirotecnia “no es una ciencia exacta”. “Siempre hay un riesgo, aunque tomes todas las medidas de precaución. En un castillo de fuegos se utilizan productos muy peligrosos, y los correfocs están más descontrolados porque la gente está debajo del fuego”, cuenta. Ni la familia ni los trabajadores olvidarán nunca el fallecimiento en 2010 del joven Martí Jordà en accidente laboral durante las fiestas locales de Petra. Sin embargo, la afición que sienten “en la sangre” pudo más, y la empresa familiar siguió adelante.
La empresa funciona más “por afición que por negocio”, afirma Margalida Ribot. “Las medidas de seguridad han aumentado los costes pero nosotros procuramos quedar bien con los pueblos reduciendo nuestro margen”, asegura. Afrontan el futuro esperando seguir “como hasta ahora o un poco mejor”, ilusionando con el arte de la pirotecnia y los espectáculos de color en el cielo.
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