“La estrella de esta tienda es el vinilo enfocado al mundo del DJ en todas sus vertientes, chill out, house, deep... Y la mayoría son producciones de discos que no están en versión digital, en internet”, explica desde su santuario Sánchez Gallardo, quien adquiere sus productos a través de distribuidoras de Alemania, Rumanía, Reino Unido o EEUU.
La fiebre por el vinilo se ha extendido después de varios lustros en la sombra por el auge del CD y, en particular, de herramientas para sincronizar pistas musicales como las mesas de mezclas ‘Traktor’. Aunque la producción comercial “ha hecho mucho daño” a la industria de la música electrónica, Sánchez recuerda que “hay muchos profesionales del sector que siguen trabajando en vinilo”. “No tocamos música comercial, no tenemos discos de David Guetta; esta gente no ama la música como un productor pequeño que gasta su dinero en sacar un vinilo. Aquí hay discos que no se encuentran en Youtube”, apunta el fundador de Can Vinilo, donde pueden encontrarse joyas de distintos estilos a partir de uno o dos euros y hasta los 200, como una edición limitada de Bruce Springsteen.
Por Can Vinilo frecuentan discjockeys consagrados y aprendices de un oficio con mucho arraigo en la isla. Pero también melómamos de todo género y condición, o payeses que “desempolvan sus platos y vuelven a pinchar con vinilos. Vienen a la tienda por morriña y me piden temas antiguos, me preocupo de buscarlo y les emociona. También curiosean jóvenes que nunca habían visto un vinilo y ahora alucinan”, explica.
“Estoy gratamente sorprendido por la aceptación que está teniendo. Pero es un negocio un poco duro y vamos tirando gracias a las ventas por internet. Este es más bien un negocio de pasión que para hacerte millonario”, concluye Sánchez.
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