Reconozco que me gusta mucho utilizar metáforas, y hoy también me gustaría utilizar una para exponer la idea que me gustaría compartir hoy.Imaginemos por un momento que somos un barco velero y que nos encontramos navegando en medio del mar.

Si hace buen tiempo y el mar está en calma, resulta algo muy agradable y placentero. No hay sobresaltos ni sustos y todo va muy bien. Disfrutamos de nuestra travesía y nada nos preocupa. No sabemos muy bien a dónde vamos, pero, nos da igual. Simplemente, nos dejamos llevar, sin más.

Pero, imaginemos que, de repente, se forma una terrible tormenta. Ya la cosa no es tan fácil, ni tan agradable, ¿verdad? Se acabó la placidez y el disfrute.

Además, imaginemos que nadie lleva el timón de nuestro barco.

El mar está cada vez más y más embravecido. Las olas son cada vez más grandes y fuertes, y nos zarandean arriba y abajo, cada vez con más ímpetu. El viento crece en intensidad por momentos y aúlla a nuestro alrededor enfurecido. Empieza a llover con mucha fuerza, los truenos son cada vez más atronadores y, además, se ha hecho de noche, y los relámpagos rompen estrepitosamente la aterradora oscuridad que nos envuelve.

Y nosotros, pobres barquitos veleros, estamos en mitad de esta tremenda tormenta, a la deriva y sin rumbo, sin nadie que nos guíe, inseguros, inestables, vulnerables, débiles, frágiles y abandonados por completo a nuestra suerte…

¿Qué pensamos que ocurrirá?

Lo más probable es que la tormenta acabe por volcarnos y destrozarnos. O que, las olas terminen por estamparnos contra las rocas, y acabemos hechos añicos y sin absolutamente nada que salvar de nosotros.

Nuestros restos desaparecerán bajo la furia del mar y dejaremos de existir. No quedará nada de nosotros…

No resulta un panorama muy agradable, ¿verdad?

¿Y si dijera que el mar es la vida?

¿Y si dijera que nosotros, si no somos conscientes de lo que pensamos, de lo que sentimos, de lo que somos, de lo que queremos, vamos por la vida como este barquito velero, vulnerable, frágil y débil, sin timón y sin rumbo?

¿Y si dijera que los embates de la vida, los problemas que nos llegan, las situaciones difíciles con las que tenemos que lidiar, todo eso que nos duele, nos afecta y nos hace sufrir tanto, son como esa tormenta que acabo de describir?

¿Qué preferimos? ¿Dejarnos llevar por las tormentas de la vida y estamparnos contra las rocas, a la primera dificultad que se nos presente?

¿O, por el contrario, llevar firmemente el timón de nuestro barco y decidir qué rumbo queremos llevar y hacia dónde queremos ir?

Cuando "soltamos nuestro timón", nos dejamos llevar por los embates de la vida, las tormentas nos superan y terminamos por hundirnos.

Cuando vivimos así, simplemente, reaccionamos.

No decidimos nada y no somos los responsables de nuestra propia vida, sino que lo son los demás o las circunstancias.

Nuestra vida no está en nuestras manos, sino en las manos de lo que suceda fuera de nosotros, sea lo que sea.

Si todo va más o menos bien y no hay ningún contratiempo importante, vamos tirando, sin más.

No es una vida plena, pero, al menos no sufrimos. Puede incluso llegar a ser tranquila y sin sobresaltos. Pero es una "calma chicha" que no nos ilusiona, no nos apasiona, no nos llena, no nos emociona…

Incluso, en algún momento podemos llegar a sentirnos vacíos, tristes, decepcionados, desanimados, frustrados, desmotivados…

Quizás, tengamos todo lo que cualquiera podría desear (salud, familia, casa, trabajo…), pero, no sabemos por qué, no somos felices.

Y, a la primera situación complicada que nos toque vivir, nos quedamos descolocados. No sabemos cómo reaccionar. No sabemos qué hacer. Podría ser demasiado para nosotros y terminar por rompernos y hundirnos.

En cambio, cuando asumimos nuestro centro de mando y guiamos nuestro timón con firmeza, seguridad y confianza, por supuesto, seguiremos sufriendo muchas tormentas (la vida es así), pero, sabremos mantenernos a flote y sabremos esquivar las rocas. Y, lo más probable es que consigamos llegar a puerto sanos y salvos.

En esta situación, no reaccionamos. Respondemos. Nosotros asumimos el mando de nuestra vida y nosotros decidimos. No los demás, o las circunstancias.

Tendremos momentos duros. Tendremos altibajos y situaciones difíciles que nos dolerán mucho. Pero, sabremos cuidar de nosotros mismos de la mejor manera posible y seguir adelante, a pesar de todo. Porque sabremos quiénes somos, sabremos qué queremos y qué necesitamos. Y lo más importante: sabremos a dónde vamos.

Tendremos un rumbo, tendremos una dirección, tendremos un propósito. Y nuestra vida tendrá sentido. Y eso, esa seguridad, esa confianza, esa fortaleza y esa dirección son la base de nuestro bienestar, nuestra plenitud y nuestra propia felicidad.

Y en tu vida, ¿quién lleva el timón de tu barco?