Me gustaría empezar este artículo con una pregunta: ¿Cómo nos tratamos a nosotros mismos? Y no me refiero a cosas externas como comer bien, descansar, cuidarse, etc., sino a cómo nos tratamos mentalmente, es decir a cómo nos hablamos a nosotros mismos, qué cosas nos decimos en nuestro día a día, especialmente, cuando nos equivocamos o cuando hacemos algo mal.
¿Somos comprensivos, tolerantes y pacientes con nosotros mismos?
O, por el contrario, ¿nos criticamos, nos auto-exigimos, e incluso nos insultamos mucho?
La verdad es que cada día me encuentro con personas que se critican mucho a sí mismas, se auto-exigen continuamente, y no se perdonan ni un error.
Si, efectivamente, resulta que nos hemos dado cuenta de que nos tratamos fatal y de que somos excesivamente críticos y exigentes con nosotros mismos, ¿cómo nos sentiríamos, si todas esas cosas que nos decimos, nos las dijera otra persona?
Lo más probable es que nos sentiríamos muy mal y, seguramente, nos enfadaríamos y nos molestaríamos mucho. Incluso, es posible que no lo permitiéramos, y le dijéramos a esa persona que dejara de tratarnos así, ¿verdad?
¿Y, pensaríamos igual, si quien se equivocara fuera nuestro mejor amigo o una persona querida para nosotros? Si nuestro amigo o nuestro hijo metieran la pata, ¿les machacaríamos con nuestras palabras? ¿Nos enfadaríamos con ellos? O, por el contrario, ¿seríamos comprensivos y les ayudaríamos a ver que no pasa nada por equivocarse y que es normal que a veces suceda?
Creo que la respuesta está clara, ¿verdad?
Entonces, si a otra persona no le permitiríamos que nos tratara así, ¿por qué nosotros mismos sí podemos? Si con otros no lo haríamos, ¿por qué con nosotros mismos sí?
Lo más seguro es que esa forma de relacionarnos con nosotros mismos venga de cuando éramos pequeños.
Quizás, se nos valoraba más por lo que hacíamos que por cómo éramos y se nos premiaba si hacíamos las cosas bien y, en cambio, se nos criticaba duramente, si nos equivocábamos o hacíamos algo mal. Quizás, aprendimos que si lo hacíamos todo bien, se nos querría y aceptaría más.
Sea cual sea el origen de esa excesiva auto-crítica, seguramente, lo desarrollamos como una forma de protegernos, o porque lo oímos continuamente y, con el tiempo, se convirtió en algo propio y normal.
Pero, ahora que ya no sería necesario, sin embargo, seguimos tratándonos igual y hablándonos a nosotros mismos de esa forma, y ello, podría ser por dos motivos:
Porque nos surge de forma automática, sin que nos demos cuenta, porque lo tenemos integrado y forma parte de nosotros.
O, quizás, porque pensamos que así, seremos más eficaces, más productivos, y lo haremos todo mejor.
Frente al primer supuesto, la propuesta es empezar a observar y a darnos cuenta de la forma en que nos estamos tratando, pues, hasta que no seamos realmente conscientes de ello, no podremos hacer nada para cambiarlo.
Y, para demostrar la inutilidad del segundo supuesto, me gustaría plantear algo:
Ahora que la vuelta al cole está a la vuelta de la esquina, imaginemos que tenemos un hijo pequeñito y va a ir a la escuela por primera vez. Queremos lo mejor para él, y estamos visitando las escuelas de la ciudad, para elegir la ideal.
Hemos encontrado dos escuelas:
- En la primera, hay una disciplina férrea. Las normas son muy estrictas y, a los niños se les castiga, si no cumplen con lo que se espera de ellos. La exigencia es extrema y solo se apoya a los mejores. Los profesores son duros y estrictos. Hay tolerancia cero para los errores y lo que ellos sientan y necesiten, no cuenta.
- En la segunda, reina un espíritu de amor y aceptación incondicional. A los niños se les permite experimentar y aprender por sí mismos. Se les guía y acompaña, y se les permite equivocarse, para que aprendan de sus errores. Se les apoya siempre, sean cuales sean sus resultados. Los profesores son tiernos y amorosos, y se tiene en cuenta, por encima de todo, sus sentimientos y necesidades.
¿A cuál de estos dos colegios llevaríamos a nuestro niño? ¿En cuál obtendría mejores resultados y haría de él una persona más feliz?
Y ahora, llevándolo a nuestro propio terreno:
¿Por qué hemos elegido para nosotros mismos, acudir permanentemente al primer colegio?
Si tuviéramos que enfrentarnos a una tarea importante que exigiera mucho de nosotros, ¿cuándo funcionaríamos mejor?
¿Cuándo nos sintiéramos juzgados y nuestros errores se castigaran muy duramente?
¿O cuando se valorara todo el trabajo y el esfuerzo que hubiera detrás y se viera que, a pesar de los posibles errores, lo importante sería el valor de lo que aportáramos y no la forma en como lo hiciéramos?
Creo que queda perfectamente claro, ¿verdad?
Y, a partir de ahora, ¿tú cómo vas a tratarte a ti mismo?
1 comentario
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La primera escuela dictatorial y la segunda happy del todo vale. Dos ejemplos demasiado extremos. ¿Por qué no el punto intermedio?