¿Y tú de qué te alimentas?

Hoy me gustaría hablar de cómo nos alimentamos, pero, no me refiero solo a cómo alimentamos nuestro cuerpo, que también, sino además a algo igualmente importante: a cómo alimentamos nuestra mente y nuestro espíritu.

De la misma manera que los alimentos físicos que ingerimos afectan a nuestra salud y a nuestro bienestar y es muy importante que elijamos alimentos adecuados que nos nutran y nos aporten todo lo que necesitamos para estar sanos y fuertes, también es importantísimo que elijamos bien de qué otras cosas nos alimentamos cada día.

No hay ninguna duda de que una alimentación sana y equilibrada es muy importante. Para mantenernos sanos necesitamos en la proporción adecuada proteínas, hidratos de carbono, grasas, vitaminas, minerales… Es un tema en el que todos, de una u otra manera, estamos más o menos informados y sabemos cuándo nuestra alimentación está siendo sana y adecuada y cuándo no tanto.

Por ese motivo, hoy prefiero hablar de las otras “alimentaciones”, de esas que también estamos ingiriendo cada día, y que afectan, y mucho, a nuestro bienestar, pero, de las que quizás, no somos tan conscientes.

Por ejemplo:

¿Cómo alimentamos nuestra mente?

¿Qué tipos de lecturas leemos? ¿Qué programas de televisión vemos? ¿Qué tipo de información consumimos? ¿Qué periódicos leemos? ¿Qué informativos vemos?

¿Son cosas con las que aprendemos, que nos aportan y nos enriquecen? ¿Qué nos hacen pensar y crecer? ¿Que nos ayudan a ser mejores personas? O, por el contrario, ¿nos empobrecen y nos empequeñecen? ¿Nos debilitan y nos anulan? ¿Nos impiden pensar y tener criterio propio?

¿Cómo alimentamos nuestro espíritu?

¿De qué tipos de personas nos rodeamos? ¿Qué tipos de conversaciones tenemos?

¿Qué tipo de actividades realizamos? ¿A qué dedicamos nuestro tiempo libre? ¿Qué tipo de ocio tenemos? ¿En qué consumimos nuestro tiempo?

¿Las personas que están a nuestro alrededor son personas que nos apoyan y nos aceptan como somos, que creen en nosotros y con las que podemos contar en cualquier momento y situación? O, por el contrario, ¿son personas que no son dignas de nuestra confianza y que podrían fallarnos a las primeras de cambio? ¿Tenemos relaciones enriquecedoras, valiosas y auténticas? ¿O la mayoría de nuestras relaciones son pobres, superficiales e insustanciales?

¿Nos dedicamos a actividades que nos enriquecen, que sacan lo mejor de nosotros, que nos hacen ser verdaderamente felices? ¿O hacemos cosas simplemente porque toca hacerlas, o porque es lo que se espera de nosotros, pero, si pudiéramos elegir, ni nos plantearíamos hacerlas?

¿Dedicamos tiempo a cultivarnos, a aprender, a crecer y a desarrollarnos como personas? ¿Aportamos valor a los que nos rodean y ponemos nuestro pequeño granito de arena cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor en el que vivir? ¿O nos dedicamos simplemente a matar el tiempo y a perderlo en actividades insustanciales que no nos aportan nada, ni a nosotros ni a los demás?

Por supuesto, no estoy diciendo que eso sea algo malo que no debamos nunca hacer. De la misma manera que un día podemos hacer saltar la dieta equilibrada por los aires y comer algo no tan sano, o tener algún exceso, porque nos apetece y porque la ocasión lo merece, también, de la misma manera, podemos invertir nuestro tiempo en ver un programa insustancial en la tele, porque no queremos pensar. O podemos realizar una actividad trivial que no nos aporte gran cosa, pero, que nos entretenga, porque eso sea lo que nos pida el cuerpo. O podemos, simplemente, elegir no hacer absolutamente nada. O tener una simple conversación sin fundamento con alguien a quien no conocemos, por el simple placer de comunicarnos.

En realidad, el problema no es ése. El gran problema es que sea algo que no elijamos nosotros, y que suceda cada día, sin pensar, de forma automática sin que nos demos cuenta de ello.

Si no tomamos las riendas de nuestra vida y nos dejamos simplemente llevar por la inercia del día a día, sin ser conscientes de cómo vivimos cada día, podemos terminar haciendo cosas que realmente no queremos hacer, o recibiendo información negativa para nosotros, o rodeándonos de cosas, actividades, personas y relaciones que no nos aportan nada, y que, en lugar de enriquecernos, nos empobrecen, sin apenas darnos cuenta.

La clave está en darnos cuenta, en ser conscientes y en elegir y decidir momento a momento de qué y cómo queremos alimentarnos, y que nuestra elección sea la que verdaderamente decidamos en cada momento, desde nosotros mismos y sin interferencias. Solo así, podremos decir que nuestra “alimentación” mental y espiritual es también equilibrada y nos aporta lo que necesitamos en cada momento para sentirnos bien y aportarle mayor bienestar a nuestra vida.

¿Y tú de qué te alimentas?