Todo aquel que tenga perro conocerá la regla de los siete años, que sugiere que cada año vivido por un can equivale a siete años de la vida de un hombre. Es una convención popularizada durante el siglo XX, aunque falsa. Y que puede llegar a resultar dañina, en cuanto que nos hace confundirnos sobre las necesidades veterinarias del mejor amigo del hombre. Los motivos por los que dicha regla no se sostiene son muy diferentes, pero concluyentes. El primero y más claro es que no todas las razas o animales envejecen a la misma velocidad. A partir de ahí, poco fiable puede resultar un único criterio homogeneizador. No se trata del único concepto erróneo en esta regla. El proceso de maduración y envejecimiento de un ser humano es muy diferente al de los perros, por lo que intentar asimilar ambos procesos es erróneo. Un perro suele ser fértil sexualmente después del primer año de vida, pero un humano no lo es a los siete años; estos animales se desarrollan mucho más rápidamente durante los dos primeros años, a diferencia del hombre, que no alcanza su madurez física hasta mucho después. Hace más de medio siglo, el investigador A. Lebeau fijó las diferentes etapas en el desarrollo del perro, y llegó a la conclusión de que durante su primer año, estos crecen 20 veces más rápido que los humanos, pero envejecen sólo cinco veces más rápido. En resumidas cuentas: un lío. Por esa razón, algunas de las calculadoras que se pueden encontrar en la red ya tienen en cuenta este desfase temporal.
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¿Cuál es la equivalencia de la edad humana a la de los animales?
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