Nacida en la Isla en 1920, la primera pasión de Escandell fue la música y recibió sus primeras clases musicales en el colegio de La Consolació de Vila. Precisamente con las monjas agustinas dio también sus primeros pasos en el teatro, actuando en obras exclusivamente para señoritas. Probó la pintura junto al maestro Victorí Planells, pero su camino la llevó a Barcelona, donde estudió en el Conservatori Superior de Música del Liceu, donde coincidió con otra joven cantante llamada Montserrat Caballé. Su vida parecía encaminada, pero tal y como recordaba en una entrevista con este periódico en 2007, no pudo dedicarse al canto, su gran pasión: «El profesor del Conservatori tuvo que marcharse y me quedé sin su apoyo. Una pena, porque iba a debutar en el Teatro Principal de Sevilla con La Bohéme. Pero todo se esfumó y volví a la Isla. Fue un disgusto muy grande y estuve unos años con una depresión tremenda».
En la década de los cincuenta participó como soprano en zarzuelas e interpretado piezas de Mompou o Puccini. En Eivissa actuó en los teatros Pereira y Serra y en festivales que, explicaba, eran «un cajón de sastre» en el que cabía todo, pero en los que actuaba «con gusto» porque eran para beneficencia.
Su carrera como cantante quedó truncada, pero la música siguió formando parte importante de su vida. Titulada como profesora de piano en 1953 por el Conservatori del Liceu, Escandell se convirtió en mentora de destacadas figuras de la lírica ibicenca como Teresa Verdera o Lina Costa, además de formar parte de la coral Santa Cecília.
Poco antes de los sesenta ingresó como actriz del grupo de teatro de la Sociedad Ebusus, fundado y dirigido por Alejandro Villangómez. «Él me despertó el amor por el teatro», contaba Escandell, quien en esa época comenzó a escribir sus primeras obras. «Escribía muchísimo y muy rápido, los personajes me arrastraban. No podía parar», confesaba recordando el proceso de creación de la obra Ses Frasquites.
Desde ese momento, sin dejar de lado a sus alumnos de música y en la escuela, Escandell inició un proceso que la llevaría a escribir un buen número de piezas teatrales marcadas por un costumbrismo ibicenco que la propia autora no tenía muy claro si en Catalunya, Valencia o en las otras islas del archipiélago se entendería, ya que optó por el uso lingüístico de un ibicenco casi desaparecido. «Creo que tiene su gracia y así se puede captar el ambiente y las costumbres de la época», relataba.
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