Así lo confesaba en mayo pasado durante la presentación de dos conciertos en Mallorca, cuando explicaba que canciones que ya están en la memoria colectiva de España, como «El porompompero», «Mi carro», «La minifalda» y «Madrecita María del Carmen», ya no le gustaban por que las había cantado «5.000 veces».
Recordaba que una vez decidió quitar del repertorio de un concierto «El carro», pero en el camerino los forofos se lo recriminaron, y por eso decidió no hacer más experimentos sobre lo que le gusta al público y «ser el mismo que siempre».
Hablaba el cantante durante la gira de conciertos que iba a poner fin a una carrera de 50 años como máximo representante de una forma de entender la copla, un género que «no se perderá nunca porque es parte de la cultura», aseguraba en una entrevista concedida a Efe en noviembre último.
Lo cierto es que en sus últimos conciertos no podían faltar los clásicos, que invariablemente le pedían tanto «las personas mayores» como «las jóvenes, que son admiradoras a través de sus padres», explicaba el artista que recordaba asimismo que sus temas también traspasaron fronteras.
Hasta el punto de que en 1986 el Instituto Gallup le situó entre los 50 artistas con más ventas en todo el mundo; y eso pese a que su racial «Mi carro», recordaba, «no se entendía mucho por ahí, tal vez porque al automóvil le llaman carro en América».
El artista acostumbraba a hablar abiertamente de su trayectoria, y por ejemplo dejó claro ya en 2007 que las películas que protagonizó a partir de los años sesenta del siglo XX no tendrían en estos días «ninguna razón de ser».
«Todas mis películas -dijo entonces- son iguales, con un chico bueno que lucha con la protagonista femenina, aunque al final acaba casándose con ella, porque es lo que la gente quería».
Y tanto, porque películas como «Mi canción es para ti» (1965) o «Pero ¿en qué país vivimos?» (1967) siguen figurando entre las más vistas de la historia del cine español.
En realidad era un enamorado del cine, un mundo que conoció desde pequeño, ya que su padre fue el primero en montar un cinematógrafo en su pueblo; junto a sus hermanos, formó el grupo «Los niños de García», que cantaba en los intermedios de las películas, mientras su progenitor cambiaba los rollos de las películas.
Del cine que hizo valoraba sobre todo la posibilidad de «conocer a gente muy interesante» que repercutió mucho en su vida, como Concha Velasco o Antonio Garisa, según confesaba.
Su otra «pasión» fue la pintura, hasta el punto de que se consideraba «un coleccionista peligroso», que llegó a atesorar casi 2.000 obras, desde la abstracción al expresionismo, y con firmas tan destacadas como Zuloaga, Juan Gris, Tàpies, Millares, Chillida, Saura, Canogar, Chirino, Genovés, Úrculo o Barceló.
Todas tenían «algo de Manolo Escobar», ya que solo compraba aquello que le interesara o tuviera algo especial, lo que hacía que quisiera a su colección «como un padre a su hijo».
¿Y cómo veía el país este artista almeriense (El Ejido, 1931) que se crió en Barcelona y en 1963 se instaló en Madrid? «Veo a España un poco desquiciada -contestaba a Efe en noviembre pasado- y espero y deseo que los españoles, que tienen sentido común, lo arreglen lo más rápidamente posible».
En concreto, sobre la situación en Cataluña, explicaba que «la cosa no ha cambiado tanto, lo que pasa es que atravesamos un momento de crisis, que se nota tanto ahí como en cualquier sitio».
El artista almeriense, que consiguió 40 discos de Oro por sus ventas, confesaba que el premio que más ilusión le hizo en su carrera fue la Medalla de Oro al Mérito al Trabajo, que recibió en 2011, por ser «un reconocimiento» a su labor «de toda la vida».
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