El poeta madrileño y su presentador, Enrique Juncosa, ayer en el MACE. | ANA ISABEL GARRIDO SANCHEZ

Con una profunda erudición semioculta bajo una fachada de desparpajo, el poeta madrileño Luis Antonio de Villena fue el protagonista ayer de la segunda de las lecturas incluidas en el ciclo que se celebra en el Museu d’Art Contemporani d’Eivissa (MACE) y que ha sido coordinado por Enrique Juncosa.

Tras ser recibido por la directora del museo, Elena Ruiz, quien señaló que la presencia del poeta era «honor» para la institución, y una introducción de Juncosa, que apuntó la relación con la tradición poética de los integrantes del ciclo (el propio De Villena, Antonio Colinas y José Carlos Llop) a partir de obras claramente diferenciadas, el autor madrileño se hizo por completo con la escena.

Al hilo de lo referido por Juncosa, De Villena recordó la amistad que le une con Colinas y Llop y el hecho de los tres están unidos «por una idea que igual está de capa caída, que es la de abrir fronteras, que no se quede uno en casa o en su tierra; que las culturas locales están bien, pero hay que pensar más ampliamente». «Empezamos a hacerlo en el franquismo, en una España muy cerrada, y lo que queríamos era abrir puertas y ventanas», añadió.

Sobre su relación con el clasicismo, el poeta buscó la palabra del escritor Octavio Paz, quien expresó en su día la teoría de que cuando la vanguardia se convierte en tradición, entonces puede darse el efecto contrario, es decir, que el clasicismo devenga vanguardia. «Pero el clasicismo releído, no copiado tal cual, reelaborado, que es lo que cada uno de los tres poetas hemos intentado hacer a nuestro modo», matizó.

De Villena llegó al MACE con un nuevo libro, publicado por Visor y titulado Proyecto para excavar una villa romana en el páramo. «Sobre el título —narró—, hubo quien me dijo que no se entendía, que, tras leerlo, no había encontrado ni villas romanas ni páramo. Es un título simbólico. Al excavar una villa romana lo primero que suele encontrarse es un mosaico en el suelo. Estos mosaicos estaban hechos de teselas. El arqueólogo va limpiando el mosaico y encuentra las teselas; alguna falta, hay huecos y el arqueólogo no ve el mosaico de golpe, sino que lo va descubriendo. Esa es la idea del libro: cada poema es como una tesela. Al terminar el libro aparecerá la imagen de una vida, o de parte de una vida, con sus ausencias o sus presencias».

Entonces Villena abrió el libro y se quitó las gafas («al contrario que muchos tengo que quitármelas para leer», bromeó) para empezar la lectura con Gatos, el primer poema que escribió para el libro.

Tras cada poema, el autor pasaba pausadamente las páginas del libro hasta que reconoció al auditorio que no se había preparado la lectura. «Voy mirando cuáles son los más convenientes, porque hay alguno de escandaloso», dijo ante las sonrisas de los asistentes.

Y De Villena leyó poemas ‘escandalosos’, narrativos («a veces estos tienen una voz lírica muy potente», remarcó), reflexivos... El padre de Peter, Alocados, Leyenda, Michael Jackson, Eduardo, Latas de cerveza vacías, Mi vecino de arriba o Beatriz fueron algunos de los que ofreció ante un público cada vez más entregado. Y así recordó, al leer el poema Sitín, que así era como le llamaba su madre de pequeño, o se le adivinaba un cierto disfrute al exponer a los oyentes a los poemas más explícitos sexualmente.

«Debería terminar con dos poemas distintos, uno más edificante y uno... menos edificante», indicó en las postrimerías del recital, que cerró con el titulado Epitafio.

Tras recordar como Oscar Wilde decía que le gustaba desmoralizar (refiriéndose a eliminar la moral) los países a los que viajaba, De Villena finalizó: «Espero haber desmoralizado un poco Eivissa, lo que es sumamente difícil, porque tiene fama de ser muy inmoral».