Y si con alguna canción podía comenzar su concierto, esa no podía ser otra que Diana, el tema que le lanzó al estrellato como crooner y que el público coreó desde el principio. Eran la doce y cuarto de la noche y Anka estableció desde el principio cómo iba a desarrollarse la velada. Enérgico, con una voz envidiable, recorría de lado a lado la escena, mezclado entre el público e incluso cediéndolo a un espectador que, desgraciadamente, no se lució con sus dotes melódicas.
Desde ese momento, el cantante se mostró como un animal de club, conocedor de los mecanismos que encienden las plateas y sin apenas dar un respiro entre canción y canción. Vestido con traje, chaleco y corbata, como mandan los cánones, iba encadenando clásicos con otros más actuales e incluso con una versión del Jump de Van Halen, incluida en su disco Rock Swings. For Once in My Life, You Are my Destiny, My Hometown, In the Garden of Eden, I've Got You Under My Skin o Put Your Head on my Shoulder se sucedían una tras otra mientras Anka cambiaba la letra de alguna de ellas para recomendar a parte del público que girara las sillas hacia el escenario («por el bien de sus cuellos», les remarcó) o para pedirle el nombre a una de la asistentes. Y entre el público era el rey. Hasta el punto de que el exmotorista Ángel Nieto bailara frente a él e incluso le llegara a besar las manos mientras le hacía una reverencia.
Su tarea como compositor quedaba claramente remarcada mientras presentaba algunas de sus piezas: «Esta la escribí para Barbra Streisand», o «para Buddy Holliday». o «para Tom Jones» (buena interpretación de She's a Lady). Fue precisamente en la creación para Streisand, Jubilation, cuando aprovechó para el lucimiento de sus músicos, impecables a lo largo de toda la noche.
Pero faltaba el gran final, que llegó de un modo apoteósico encadenando la inolvidable My Way (que arregló para Sinatra a partir de una canción francesa) con New York, New York y Twist & Shout. El público ya estaba de pie, bailando y completamente entregado. Pero no era todo. Quedaban aún Proud Mary y la repetición de Diana para cerrar unos intensos noventa minutos de reivindicación del crooner, de aquella cultura de club.
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