El cuarteto de Muriel Grossman al completo en el escenario del Passeig Vara de Rey.
Si uno se encuentra con Muriel Grossmann por la calle verá a una mujer delgada, fibrosa, de andar elegante y decidido; pero pocos la imaginarán sobre un escenario exprimiendo portentosamente un saxofón, atacando cada nota como si en ello le fuera parte de su existencia. El pasado miércoles, en Vara de Rey, minutos antes de su concierto, Grossmann se paseaba entre el público, casi etérea, camuflada, aunque todo cambió después de que José Miguel López anunciara su actuación.
Frágil solo en apariencia, la voz jazzística de Grossmann es potente como pocas, y si a eso le sumamos el excelente cuarteto que formó junto a su inseparable Radomir Milojkovic (guitarra) y a Christian Lillinger (batería) y Robert Landfermann (contrabajo) el resultado sólo podía ser de altísima calidad.
Poco después de las once de la noche, los cuatro músicos arrancaban con Awakening (título muy apropiado) y ponían las cartas boca arriba. La noche sería intensa, con una Muriel entregada y magistralmente asistida, con un amplio protagonismo de la improvisación y piezas de largo desarrollo (Awakening ya consumió casi veinte minutos de actuación). Con un ligero descenso en las revoluciones, el cuarteto interpretó en segundo lugar Wien, Grossmann cambió el alto por el soprano y Landfermann dejó tras de sí un bellísimo solo.
Aunque todo parecía encaminarse hacia el momento en el que las primeras notas de Trust, extraidas de la guitarra de Milojkovic, rasgaron el cielo sobre Vara de Rey. Fue una explosión de libertad musical, de expresividad pura y dura. Fue como observar en la distancia una de esas tormentas que en Eivissa conocemos tan bien. Esas que discurren en el horizonte y en las que los relámpagos, aparentemente inconexos pero inmersos en una especie de sinfonía, iluminan grandes masas de nubes, que los enmarcan y parecen sostenerlos en el aire. Sobre el escenario, todos eran relámpagos y todos eran nubes. Entre el público, ni un rumor, atentos en todo momento para intentar adivinar la dirección que tomaría la tormenta.
Con el respetable aún aturdido por lo que acababa de pasar, Grossmann interpretó Peaceful River, un alarde melódico de una belleza casi 'Coltraneniana,' para poner en evidencia que quien domina el trueno también es capaz de acariciar.
El cuarteto cerró su actuación con Ornette Coleman, en el que Grossmann optó por la flauta travesera, un instrumento aparentemente frágil, delgado, pero capaz de ofrecer intensidad y fuerza, como si fuera la misma Grossmann trasmutada, la misma que recibía los aplausos de un público puesto en pie, seducido por un gran concierto que, si se confirma la intención de la saxofonista, podría ser editado en cd en un futuro próximo.
Swing & Dreams
Pero antes del Muriel Grossmann Quartet, abrió la segunda jornada el cuarteto Swing & Dreams, integrado por Eva Cano (voz), Dani Marín Cano (batería), Toni Bouzón (piano) y Txumari García Sanchotena (contrabajo), el cual ofreció un cuidado repertorio de estándares en el que destacó la hermosa voz de Cano, que brilló en piezas como Moonriver, Night & Day o Cheek to Cheek, que cerró su actuación en un bis muy demandado por el público, al que parece que le agrada que el festival incluya algún concierto de jazz vocal y más en este caso, en el que la selección de temas, tal y como apuntó Eva Cano, estuvo basado «en el amor, tanto en el correspondido como en el no correspondido».
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