Joachim Khün, el pasado miércoles, durante su actuación en el baluarte de Sant Pere. Foto: GERMÁN G. LAMA

PEP TUR

En un ensayo acerca de la película Vertigo, de Alfred Hitchcock, el filósofo Eugenio Trías se refiere al sentimiento que atenaza a su protagonista como «el abismo que sube y se desborda». La noche del pasado martes, en la primera velada del festival en el baluarte de Sant Pere, todos nos sentimos un poco como James Stewart: asomados al abismo musical que nos propuso el trío de Joachim Kühn, vimos como este subía hacia nosotros hasta desbordar nuestros sentidos, hasta hacernos partícipes de una noche para recordar en la memoria de la cita jazzística de Vila.

Previamente, el quinteto formado en Madrid KB Connection abrieron el certamen de este año con una apuesta basada en composiciones propias y con una formación compuesta por Pablo Añón (saxo alto), Ernesto Larcher (contrabajo y bajo eléctrico), Diego Lipnizky (guitarra), Miguel Gonzálvez (batería) y Marcos Calcines (piano y teclados). Aunque comenzaron ligeramente tensos, a partir del tercer tema se soltaron definitivamente -e incluso estrenaron tema en Eivissa, Va y viene-, logrando una buena conjunción entre el piano, el saxo y la guitarra, aunque hay que destacar el excelente trabajo realizado por Gonzálvez a la batería. KB Connection sonaron frescos y sólidos y su concierto fue clarísimamente de menos a más, demostrando un año más la categoría de los grupos del circuito Injuve.

Llega Kühn

Un alemán, un marroquí y un alicantino. Joachim Kühn, Majid Bekkas y Ramón López. Cada uno ocupando su espacio sobre el escenario. El piano a la izquierda, el gimbre en el centro y la batería a la derecha. Todos en su sitio, pero dando vida a una sola voz, en la que el jazz bordeaba por momentos el free, mientras Àfrica ejercía de sustento en esta formación con la que Kühn explora actualmente nuevas fronteras. Porque, por momentos, el pianista alemán se mostró dócil con su instrumento, acariciándolo. Pero era el espejismo de un oasis que desaparecía nada más mostrarse. De pronto, las alertas de tormenta que flotaban ayer sobre la isla tomaban forma en las vertiginosas manos de Kühn y el cielo se abría en dos.

Aunque la actuación no fue perfecta. Hubo pequeños instantes, de hecho escasísimos, en los que el trío no acabó de funcionar perfectamente, lo que no restó calidad al conjunto, sino que más bien demostró que, en contra de lo que aparentaban, Kühn, Bekkas y López eran humanos.

El trío llegaba al festival para presentar su última colaboración, Out of the Desert, aunque terminaron por interpretar más piezas de su anterior grabación, Kalimba. Abrieron con Youmala, para seguir con A Life Experience, Transmitting, White Widow, Kalimba Call, Asmaa, One, two, free y Full and End. La autoría de los temas se repartió casi a partes iguales entre Kühn y Bekkas, quienes durante todo el concierto no dejaron de cruzarse miradas y guiños, a los que no dudaba en añadirse López, mostrando la armonía existente entre tres grandes músicos que hicieron lo posible para pasárselo en grande sobre el escenario y para que el público disfrutara igualmente. La anécdota llegaría en las postrimerías de la actuación. Rondaba la una de la madrugada en los relojes cuando una de las cuerdas del gimbre de Bekkas (un ancestral instrumento africano) dijo basta debido al calor y la humedad. Mientras el músico marroquí intentaba recomponerla, la voz de un espectador se elevó: «¿Mientras podemos aplaudir?», preguntó, a lo que López, con unos grandes reflejos, respondió: «No, aplaudimos nosotros», y le dedicó una salva de aplausos a los asistentes. La comunión era perfecta. Y en ese momento, Kühn se levantó, se alejó del piano, cogió su saxo y pareció volverse loco. Ahí estaba el Kühn más salvaje, desgranando una frase tras otra, retorciéndose sin dejar de asir el saxo con firmeza. Fueron unos minutos de avalancha que finalizaron abruptamente y con un explícito resoplido del músico antes de volver a sentarse al piano. No hubo bises, pero no eran necesarios. A veces, la genialidad tiene una duración concreta, e intentar alargarla puede romper el embrujo. Puede que no fuera perfecto, pero fue un concierto memorable. Quienes estuvimos allí no volveremos a mirar hacia el abismo del mismo modo.