Joaquín Roselló volvió a reencontrarse ayer en el Museu Monogràfic del Puig des Molins con las láminas que pintó en los años 90. Fotos: IRENE G. RUIZ

JULIO HERRANZ

«Ha sido toda una sorpresa cuando me llamaron del museo para invitarme a la inauguración de la exposición, pues ya no me acordaba de aquella historia». Con estas palabras manifestó Joaquín Roselló ayer a este periódico su satisfacción por volver a encontrarse con la serie de acuarelas que realizó en los 90 en el Museu Monogràfic de Vía Romana, donde realizaba la prestación social sustitutoria como objetor de conciencia contra la Mili. Una selección de esas obras cierra la muestra Rituals de mort al Puig des Molins, inaugurada ayer. «Fue una propuesta de Benjamí Costa (conservador del museo) para una sala de interpretación de cómo eran los hipogeos que pensaban montar cuando estuviera restaurado. No recuerdo exactamente la fecha; sería a mediado de los 90, en las últimas tandas de la prestación sustitutoria», añadió.

Con dificultad para precisar los detalles, Roselló hizo memoria de cómo se enfrentó a tan singular propuesta. «La idea era hacer láminas sobre los distintos tipos de enterramiento que se practicaban en la necrópolis del Puig des Molins, y de cómo unas culturas aprovechaban los enterramientos de otras», señaló el artista, matizando que antes de este trabajo «hacía láminas de las piezas que tiene recogidas el museo; sobre todo jarroncitos, jarras, lucernas...»; y que le resultaba más estimulante su nueva tarea: «Benjamí me explicaba los datos históricos; cómo iba el sacerdote, tocando una especie de pandereta; la ropa que llevaban las mujeres, lo de las plañideras... Y también iba documentándome en la Biblioteca del museo».

Añadiendo algunos datos de los que no está del todo seguro. «Si mal no recuerdo, creo que había tres o cuatro tipos de enterramientos, y de cada uno hacía tres o cuatro láminas, que Benjamí me iba corrigiendo en cuanto a los detalles. Pero hace un montón y no las volví a ver más. Me acuerdo que cada dos por tres estaba rompiendo láminas y repitiéndolas, porque si no me gustaba una cosa, no me gustaba otra». En cuanto a la técnica que utilizaba el pintor ibicenco, «era algo muy rápido, acuarela que luego reforzaba a lápiz. Aunque no me acuerdo si llegué a usar lápices acuarelables, pero creo que no. Hacia figuras muy esquemáticas, sin entrar demasiado en detalles, porque entonces hubiera sido mucho lío».

Lo curioso del caso es que Joaquín Roselló no tenía ni idea de que desde hace algún tiempo la Unidad Didáctica del Museu Arqueològic de Eivissa está utilizando su trabajo en las visitas infantiles y talleres didácticos que ofrece periódicamente la entidad. «Me parece muy bien; esa era la idea para la que se hicieron. También había compañeros que preparaban maquetas de los hipogeos y de los distintos tipos de enterramientos, que supongo estarán por allí. Estaban muy bien», precisó el pintor, quien hasta ahora no tenía en su poder ningún recuerdo de tan meritoria tarea artística que realizó gratis et amore cuando tenía 22 o 23 años, llenando con arte el tiempo que le correspondía 'servir a la patria' por la cuestión militar. «No tengo ni fotografías ni nada de aquel trabajo, del que ya ni me acordaba. Lo dejé allí y allí se quedó», concluyó el artista con resignación y un toque de ironía.