EFE-VENECIA

El cineasta italiano Ermanno Olmi recibió ayer en Venecia, de manos de su amigo Adriano Celentano, el León de Oro a toda su carrera, en la que con títulos como El árbol de los zuecos o La leyenda del santo bebedor miró la realidad desde el punto de vista de las clases menos favorecidas.

Nacido en Bérgamo hace 77 años, Olmi se reconoció «sordo como una tapia» durante la rueda de prensa que ofreció en la Mostra, pero fue desgranando con aureola de sabio venerable la filosofía de su cine y de su vida. El director resumió su trayectoria como un trabajo consagrado «a una de las posibilidades más nobles que ofrece el cine: conseguir que la gente se reconozca en él, captar la civilización».

Heredero directo, ya casi el único, del neorrealismo italiano, Olmi recordó cómo ese cine sacó a la cultura «del pantano en el que estaba, en ese estado absolutamente parado y fuera de la realidad». Y así, Rossellini y Vittorio de Sica, primero, y Pasolini y él después, se atrevieron «a contar la realidad de la que procedían». «No es ignorancia dirigirse a los ignorantes. Es de ignorantes no conseguir que ellos te entiendan», argumentó.

Por otra parte, la suerte está ya prácticamente echada en la 65ª Mostra de Venecia, pues esta tarde se dará a conocer el palmarés. Un león, dorado y con alas, anda suelto por los canales hasta que lo capture uno de los 21 directores que compiten por la mejor película. Muchos son los cazadores y, aunque unos son más diestros que otros, todos tienen una oportunidad porque quién decide es un jurado -presidido por el cineasta Wim Wenders- y sus circunstancias.

Las quinielas, con los favoritos, los descartados y los medio pensionistas, son para todos los gustos, hasta el punto que ayer un periódico italiano, para no errar en el tiro, colocaba como «premiables» a las 21 películas. Y eso que el festival este año ha sido, a juicio de crítica y público, «más flojo» que en anteriores ediciones. Una apreciación de la que tenido la culpa una oferta con escaso gancho cinéfilo.