La Berlinale arrancó en serio ayer con la aparición de Robert De Niro y la proyección de «The Good Shepherd», una película algo mastodóntica, como desmesurada es la CIA y su poder conspirador, que eclipsó a la competencia alemana, «Die Falscher», y más aún a la asiática «Tu ya de Hun Shi». Ni patriótica ni crítica, ni despiadada ni cómplice: así quiso De Niro que fuese su film, en que los agentes no son hombres de acción, sino seres reposados y con un marcado autismo sentimental, que exige del espectador el ejercicio previo de adaptarse al ritmo lento. El objetivo, según De Niro -director e intérprete secundario-, no es criticar el ilimitado poder de la CIA, sino presentarla «como la percibe, sinceramente, un buen ciudadano estadounidense». El peso de los 167 minutos de film a fuego lento recae en un personaje, Edward Wilson -Matt Damon-, el joven que ingresa en el servicio secreto por indicación de su fundador, Bill Sullivan -De Niro-, procedente de una sociedad secreta -«Calaveras y Huesos»- que exige a los suyos sacrificio y discreción. Se trata de retroceder sobre el nacimiento del más poderoso servicio secreto del mundo «porque así estaba en el guión de Eric Roth», justificó, sobre un proyecto en que trabajó nueve años. Por las mismas, quisiera rodar otras dos partes, una relativa al periodo de 1961 a 1999, centrada en el Muro de Berlín, y otra desde entonces a la actualidad. Pero eso pertenece aún a lo virtual. Al guión, y nada más que al guión, insistió, se debe el trabajo de inmersión en unos agentes que pasean y meditan sobre Dios y sus santos, pero luego lanzan plagas de langosta para aplastar el comunismo latinoamericano o tiran en pleno vuelo a una de sus agentes, porque se enamoró de quien no debe. De la paranoia de la Guerra Fría al desembarco en la Bahía Cochinos, a través de ese Wilson, incapaz de transmitir emociones al mundo que le rodea.
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