La política de prensa de los gobiernos de la Segunda República española es uno de los aspectos menos conocidos de esa agitada etapa de nuestra historia. Sus protagonistas no mostraron un interés especial por detenerse en ella y, en consecuencia, sus libros de memorias están por lo general faltos de datos y de reflexiones sobre la materia. La excepción nos la ofreció, como en tantas cosas, Manuel Azaña, quien en sus diarios personales dejó numerosas referencias y consideraciones a problemas políticos con los periódicos, a políticas relacionadas con la prensa y a actitudes de políticos y periodistas, entre ellas las suyas propias, bien significativas e influyente.
La lectura de los periódicos del periodo que va entre 1931 y 1936 aporta, entre muchas otras consideraciones, información valiosa sobre el control político de la prensa. Aunque a algunos les moleste aceptarlo, hubo censura en la prensa, en la radio (que dependía del gobierno y necesitaba su permiso para las transmisiones políticas en directo), el cine (todas las películas pasaban por las manos, y a veces las tijeras, de los censores), el teatro (que sólo se podía representar tras la inspección censora de los textos) y en determinadas circunstancias las conferencias públicas (a las cuales asistía un delegado gubernativo con capacidad de interrumpir al orador).
La imagen que el lector puede formarse con la lectura de este interesante trabajo se alejará de la noción idílica que se ha querido construir sobre la República, que tuvo muchos aciertos, pero también notables fallos.
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