Lo reconozco de entrada, no es nada fácil para uno entrevistar a
Pedro Cañestro. La vieja amistad que nos une desde hace más de
veinte años, el cariño respetuoso que nos profesamos mutuamente y
la capacidad que tiene de dispersarse en mil anécdotas, hace que la
labor del periodista resulté complicada. Pero ¿cómo frenar su
exuberante verbo y conducirlo por los senderos deseables de
entrevistado y entrevistador? Creo que, una vez más, no lo he
conseguido; aunque confío en presentar sus opiniones, valoraciones
y opiniones de la forma más profesional que pueda.
Cualquier pretexto es bueno para entrevistar a una persona tan
vivida y entrañable como «don Pedro», apelativo cariñoso con el que
le llamamos todos; el de ahora es una efemérides de respeto: los 40
años de historia del Grup de Teatre Experimental d'Art i Oficis,
creado por él (a petición de un grupo de aficionados) fusionando la
Sociedad Tanit y la Juvenil Recreativa, que se presentó, según
recuerda, con «Aprobado en inocencia». Mucho ha llovido desde
entonces y mucho debe la historia del teatro en Eivissa a Pedro
Cañestro, cuya actitud profesional en la isla gira alrededor de un
principio al que ha sido fiel en todos estos años: «Lo que he
intentado siempre ha sido sacar de la juventud ibicenca esa
ductilidad que da el carácter mediterráneo y mostrarla, siempre que
ha sido posible, fuera de la isla para que se conozcan y reconozcan
sus indudables méritos».
Una postura que ha demostrado con creces en estas cuatro décadas
al frente del Grup d'Arts i Oficis. Con propósitos como el
expuesto, que giran en torno a ciertas máximas que Cañestro esgrime
como principios y suelta en cuanto la ocasión se pone a tiro. Como
«El arte es un pozo hondo en el que no se ve el agua»; «El teatro
no es una máquina de hacer morcillas», o «La juventud de Eivissa
lleva dentro el teatro»; entre tantas otras que sus habituales
podrían añadir aquí.
Con la coquetería propia de la gente de la farándula, a la
pregunta: «Si decía el tango que 20 años no es nada, ¿qué son 40?»,
Cañestro no lo duda: «Pues menos, claro. Es que, aunque cueste
creerlo, la verdad es que cuando estoy en el teatro no siento la
edad que tengo, 79, y cerca de los 80; pero que nadie me llame
octogenario, es una palabra horrorosa», apuntó con gracia,
añadiendo: «Yo soy un director de actores, y para que entiendan lo
que quiero de ellos, lo hago yo primero; y si tengo que saltar o lo
que sea, ni lo siento. Para mí, la mejor terapia es el escenario;
porque te metes dentro del personaje y te olvidas de ti»,
precisó.
Balance y continuidad
A la hora de hacer balance de los 40 años de su grupo, Pedro
Cañestro se adentra en recuerdos dispersos, nombres de la tantísima
gente que ha pasado por sus profesionales manos, éxitos logrados
dentro y fuera de la isla... Pero con un resumen elocuente: «Lo que
más me ha llenado en estos 40 años es la cantidad de chicas y
chicos, algunos ya con nietos, que cuando me ven por la calle me
paran y me dicen que aquellos fueron los mejores años de su vida.
Ese cariño y ese respeto, mutuo, es fabuloso», afirmó.
En cuanto a la continuidad del Grup d'Arts i Oficis, don Pedro
se muestra optimista: «Siempre confío en Juanjo Torres, muy buen
actor y con mucha intuición para la dirección. Ya ha montado alguna
obra solo y lo ha hecho muy bien O está Ramon Taboada, que sabe
dirigir y lo estoy dejando que montés sus obras. Y Dolores Cordera,
que es una ayudante muy buena. En fin, yo creo que la continuidad
está asegurada».
Capítulo aparte, pero complementario, es el papel de la radio en
Cañestro: «Me ha gustado tanto y me he sentido tan dentro del
público (los he visto tan cerca a través del micro), que parece que
estoy hablando con ellos directamente», reconoció. Y la clave,
desde luego, está en su capacidad de comunicador. «Si tú lo
dices... La verdad es que todo el mundo me cae bien, tanto jóvenes
como mayores. Y no es nada forzado, porque yo no sé hacer teatro en
la calle; jamás», enfatizó con fuerza don Pedro Cañestro haciendo
un mutis de los buenos.
La primera vocación que Pedro Cañestro sintió fue la religiosa,
hasta el punto de que de niño quería entrar en el Seminario. «Pero
entre unas cosas y otras pasó la guerra, se frustró mi vocación y
no pude ser sacerdote», apuntó en una vieja entrevista que le hice
hace 20 años.
Nacido en el seno de una familia relacionada con la farándula,
pronto entró de meritorio como galán joven en una compañía de
Córdoba. En 1958 empezó a dirigir la compañía de su suegro, en la
que actuaban su señora y su cuñado. Vinieron a Eivissa y otros
puntos de Balears para echar una temporada, y en 1962 regresaron a
esta isla. «Ocurrieron unos problemas familiares y ya me quedé
aquí. Me surgió un empleo y mi mujer, que añoraba tener su casa,
vio la tabla de salvación para retirarnos del teatro».
Pero Cañestro tenía bien adentro el gusanillo del arte de Talía,
y tras hacer algún montaje en Ebusus y algún otro en la Sociedad
Juvenil, aceptó la propuesta que le hizo un grupo de entusiastas
del teatro y creó el Grup Experimental de Teatre d'Arts i Oficis
(entonces, claro, con el nombre en castellano). «Me encontré con
gente buenísima que me ayudó mucho y a la que siempre estaré
agradecida», subrayó en dicha entrevista, añadiendo: «Así he estado
estos veinte años, compaginando el trabajo con el grupo, enseñando
a muchísima gente y disfrutando del teatro, que es mi verdadera
vocación, lo que más me ha gustado hacer siempre».
Casi veinte años después, Pedro Cañestro, genio y figura, sigue
en la brecha.
Contar los 40 años de historia que cumple ahora el Grup de
Teatre Experimental d'Arts i Oficis resultaría abrumador para el
lector; pero merece la pena refrescar la memoria con algunos
momentos claves en la trayectoria del grupo de Pedro Cañestro.
Así, según unas páginas en catalán que me facilita el propio
Cañestro, el primer montaje del grupo fue «La barca sin pescador»,
de Alejandro Casona, representada en 1969 en el salón parroquial de
Santa Cruz; obra con la que participaron en algún certamen balear y
nacional, mereciendo varios premios. En 1971 el grupo quedó entre
los primeros de Balears con «La noche de los asesinos», del cubano
José Triana. En 1972, «Historia del zoo», de E. Albee, otro montaje
que supuso varios reconocimientos a escala nacional. Luego vino
«Experiment poètic», con versos de Villangómez, Isidor Macabich y
otros poetas ibicencos anónimos.
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