El propietario del bar Grial cree que el público es ahora más abierto.

T.C. ROGGEN

Las Pitiüses han presenciado en los últimos años el desarrollo de un fenómeno singular que une lo social con lo cultural: bares, cafeterías, centros de Internet, restaurantes, inmobiliarias y hoteles presentan exposiciones de obras de arte. Este periódico contactó con galeristas y propietarios de dichos espacios alternativos para intentar comprender las razones de esta curiosa iniciativa que, sin embargo, no es vista con buenos ojos por todo el mundo.

Industrias ajenas al mundo artístico aprovechan la necesidad de los pintores para exponer sus obras como un complemento decorativo de sus negocios, aunque es indudable que introducir las obras en estos ámbitos sociales integra el arte con lo popular. La consecuencia natural es que la selección carezca de criterio.

La directora de La Galería Van der Voort, Cati Verdera, creé que «la manera de crear espacios no es exponer en bares; es como la serpiente que se muerde la cola: como no hay espacios se expone en bares y como se expone en bares no se crean galerías», concretando la necesidad de intermediarios especializados en el mundo artístico.

«El mundo del arte va por otros caminos y ningún artista con el que trabajo yo expondría nunca en un bar. Esta iniciativa es una manera cómoda para gente que le gusta exponer; yo no los consideraría artistas», confirmó la directora, subrayando la falta de criterio artístico a la hora de seleccionar trabajos para estos espacios no especializados.

Cati Verdera aporta un argumento constructivo: «Es muy difícil mantener una galería en Eivissa, nuestros clientes son de fuera, coleccionistas que visitan la isla. Faltan apoyos e interés por parte de los políticos. Se habla mucho sobre el desarrollo del turismo cultural, pero parece inconsecuente. A la hora de comprar obras, los políticos deberían adquirirlas en las galerías, no directamente del artista». La opinión de la galerista coincide con varias de las fuentes contactadas acerca de la falta de promoción de un ámbito cultural complementario al que promueve el turismo.

Can Pou, ubicado en el puerto de Eivissa, es uno de los bares más antiguos de la isla. Al comprar el bar, el dueño, Mariano Torres, mantuvo la costumbre de exponer obras artísticas, sin ánimo de lucro, creando un espacio que describe como «cosas de artistas, mezcladas con humos y el ambiente único del puerto de Eivissa.» En un principio el bar tenía un criterio estricto en cuanto a la selección de artistas y preparaba un programa anual.

Debido a la popularidad del local y el auge de artistas amateurs que hay en la isla, el propietario se vio saturado por la cantidad de pintores, escultores y diseñadores interesados en exponer sus obras en un espacio limitado y los resultados en muchos casos no corresponden con las expectativas de los propios artistas. «El proceso se complicó tanto que ya no quiero saber nada del tema. Yo lo que hago es vender coca colas, no soy crítico de arte», comentó el propietario. Can Pou ahora se limita a organizar exposiciones de forma irregular, utilizando prácticamente los mismos artistas locales todos los años.

Andrés Aller, propietario del Grial en la Avenida 8 d'Agost, expone obras de arte desde hace diez años y describe la iniciativa como «una forma de abrir puertas a pintores noveles» dando a conocer su obra al público. «Tenemos criterio a la hora de elegir las obras; queremos que diga algo», asegura.

El propietario, licenciado en Psicología, recuerda: «Cuando empezamos a introducir arte en el bar el público ignoraba las obras, hasta incluso parecía haber un miedo a opinar». Con el paso del tiempo, el director apreció un cambio de actitud. «Lo que percibo es que ahora hay una mayor predisposición a opinar y a mirar los cuadros con detenimiento».