Hasta el próximo 30 de septiembre estará abierta al público en
la ex-iglesia de l'Hospitalet (Dalt Vila) la instalación «¿Qué mide
el tiempo?», de Michel Buades, inaugurada el pasado 23 de julio. El
escritor y crítico de arte francés Michel Bohbot , que ha
colaborado con el autor en varias ocasiones, reflexiona en el
siguiente texto sobre las características, peculiaridades,
simbolismo y otros aspectos de esta singular creación, creada
expresamente para este anexo del Museu d'Art Contemporani
d'Eivissa.
«Como prolegómenos, podemos decir que Miguel Buades tiene en sus
instalaciones discurso y tono propios. No habla de vanguardia o de
lucha, tampoco de relación de fuerza. Le interesan los conceptos:
el de «poco» más que el de «mucho», el de «menos» más que el de
«demasiados», el de «fragilidad» más que el de «invulnerabilidad».
Como sus famosos antecesores Duchamp y Dubuffet, es admirador de
las energías nimias, de los materiales pobres modestos y
anónimos.
En esta instalación especialmente concebida para l'Hospitalet
-marco desacralizado pero todavía portador de una cierta
solemnidad- pone de manifiesto su interés por lo esencial, su
respeto por los elementos primordiales y cotidianos: el agua, la
luz, el papel, el fuego, el plomo, el hierro... el tiempo.
Este trabajo refleja una larga síntesis que consigue integrar
elementos como el vacío, la luz, el frío, la inmovilidad... todos
ellos portadores de una poética alusiva y elocuente que purifica a
la vez la mirada y el espíritu. No nos encontramos frente a meros
objetos: una clepsidra, libros que acompasan el espacio, luces
vacilantes, hojas cubiertas por signos borrados, sino frente a unos
objetos escogidos por su valor simbólico, su polisemia y su
capacidad de trascender a su propia realidad física.
Esta instalación se presenta como una revelación y nuestra
visión se reorganiza en otra dimensión tal vez más profunda.
Abandonamos el mundo de las apariencias y de las convenciones, el
mundo del placer por el mundo del ser. M. B. dibuja huellas sobre
el mundo que nos rodea; de allí nace la calidad de las emociones
que producen sus obras, hechas para una mirada táctil.
Estas obras nos hablan de nosotros, de nuestra vida, de su
fluir, del nacimiento a la muerte, de su frágil precariedad. La
vela ilumina y se apaga, el hielo se derrite, el libro se
metamorfosea, el hierro se oxida. Espejos y metáforas. Semejante
estética quiere ser y expresarse modestamente, lo que la convierte
a nuestros ojos en algo aún más conmovedor. Rehabilita, defiende e
ilustra nuestra realidad, ora desacreditada, ora ignorada. Nos
invita a recordar nuestra condición humana: vida, camino, muerte.
Pequeños grandes placeres que se deben apreciar: el musgo sobre la
piedra, el juego lento de las nubes en el cielo, una hermosa
silueta en una calle sin nombre.
M. B. nos transmite su gusto por la simplicidad más que por el
énfasis, por la mirada tímida y curiosa más que por la ojeada
rápida y distraída. Nada en la obra separa al artista del hombre.
El respeto y el esmero que vierte en sus obras se vuelven pautas y
normas de vida. Su trabajo es acorde con las energías y los ritmos
del cosmos; el hielo se derrite y se transforma en agua, el agua se
evapora y vuelve al aire, la tinta del signo en la página se
desvanece... Actúa con reserva y poéticamente sobre el entorno,
invitando al espectador a inventar para sí mismo ficciones,
historias y mitos.
Estas obras tan presentes y misteriosas nos hacen compartir el
gran sueños cósmico del artista y nos ayudan a comprender que la
calidad de la mirada es esencial y que más allá de las apariencias
puede crear una verdadera presencia».
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