La Asociació d'Artistas Visuals de Balears (AAVIB) ha rendido homenaje hace pocos días al galerista Carl Van der Voort, haciéndole entrega el premio Punt Vermell, con el que la asociación reconoce la labor realizada por el galardonado en pro de las artes plásticas de las Islas. El acto tuvo lugar en el transcurso de una fiesta que un grupo de amigos de la Ejecutiva pitiusa de la AAVIB ofreció al galerista, marchante y escritor norteamericano.

El pintor Rafel Tur Costa, presidente de la Ejecutiva, fue el encargado de entregar el premio Punt Vermell, correspondiente al año 2001 y consistente en una escultura del prestigioso artista mallorquín Antoni Ferragut. «No se le ha podido entregar antes porque hacia tiempo que no venía por la isla; así que hemos aprovechado la ocasión de una visita fugaz a Eivissa para rendirle este pequeño homenaje que tanto merece», explicó a este periódico el veterano artista ibicenco.

El acto tuvo lugar en la residencia del pintor Gilbert Herreyns, otro miembro de la Ejecutiva de la AAVIB pitiusa, como los pintores Leopoldo Irriguible, Pedro María Asensio, Carles Guasch, también invitados a la fiesta, junto a diversos representantes de la cultura pitiusa, como el pintor Erwin Bechtold, el arquitecto Philippe Rothier, el poeta Jean Serra o el gestor cultural Albert Ribas. Todos manifestaron a Carl Van der Voort su amistad y agradecimiento, a las que el homenajeado respondió leyendo varios fragmentos de poemas, sentencias y una declaración de principios acerca de lo que él entiende por arte.

En una traducción aproximada, su discurso terminó con estas palabras: «En verdad, uno no puede atesorar o coleccionar el arte. Uno puede comprar o crear una pintura, mirar o participar en una performance, interpretar o escuchar música, leer y escribir. Uno puede ser seducido y elevado por muchas de estas cosas, estos objetos y actos y servicios. Pero el arte creo que no está necesariamente ahí. Es el regalo de la iluminación y la revelación, la chispa que a veces el fuego atrapa en nuestro intelecto y nuestra imaginación y gira hacia la luz que buscamos. Lo que sucede cuando caen las escalas, se abren los oídos y nos transforma la magia de las palabra, éso es lo que llamamos arte».

Carl Van der Voort nació en Florida (Estados Unidos) en el seno de una familia de origen holandés. Tuvo una infancia original, porque en su vecindario no había niños de su edad sino personajes como Edison, Ford o Farreston. «Mi única compañía era la de estos viejos inventores, gente fabulosa. Así fui creciendo y a ellos asocio los buenos recuerdos de mi primera juventud», explicó a este periódico. Estudió diplomacia, derecho, política internacional e idiomas en la Universidad de Bandervilt, pero nunca llegó a ejercer. En lugar del Departamento de Estado, entró a trabajar en empresas multinacionales de «consulting», asesor de empresas de consumo con destino en Francia y Perú. Un trabajo «interesante, pero que no me seducía demasiado, así que a los 29 años decidí jubilarme con la intención de retirarme en esta isla y escribir», ironizó con su proverbial sentido del humor.

Corría el año 1958 y Eivissa era entonces un lugar «donde se podía vivir como un rey con dos mil pesetas al mes». Con sus propias manos se construyó una casa por encima de Casas Baratas y a finales de los 70 se mudó a una finca antigua cerca de Roca Llisa. Ya había abierto, en los 60, en Plaça de Vila la galería que lleva su nombre, en donde expuso a artista de renombre, como Miró, Tàpies, Chillida, Zao Wou Ki, Joaquín Gomis, Schumacker, Troëkes... Fueron los años en los que comenzó su taller de grabado Ibograf, de imborrable recuerdo.