Manuel de las Casas (Talvera de la Reina, Toledo, 1940) es uno de
los más reputados arquitectos de la escena española. En su haber
cuenta con el Premio Nacional de Arquitectura y con la Medalla de
Oro de las Bellas Artes, entre otros muchos galardones. En la tarde
de ayer ofreció una conferencia en Can Llaneres, sede pitiusa del
Col·legi d'Arquitectes, en la que explicó dos de sus últimos
proyectos: una intervención en lo que será la futura Facultad de
Ciencias de la Salud de La Coruña y un conjunto de viviendas en
Vitoria.
Estas dos intervenciones, además, se centran en dos de los
aspectos que más apasionan a De las Casas en el mundo de la
arquitectura: la intervención en edificios históricos y la
vivienda. Al referirse al primero de ellos, el arquitecto
construirá un edificio de nueva planta junto a otro antiguo, ya
abandonado y que será rehabilitado -«forman como una pareja que se
mira», explica-. «Me interesa mucho trabajar con elementos de este
tipo. La arquitectura siempre tiene que tener en cuenta el lugar, y
hay lugares que son especialmente bellos, como el casco histórico
de Eivissa», apunta De las Casas. En este sentido, el arquitecto
opina que «las nuevas arquitecturas deben tratar de continuar la
historia que ese lugar ha ido creando y añadirle al lugar algo de
magia, si uno es capaz de añadírsela».
Pero es en el aspecto de las viviendas donde De las Casas acera
su lado crítico. «El noventa por ciento de lo que se construye hoy
es vivienda. Hay edificios singulares que salen en la prensa, pero
la vivienda es la que forma el tejido normal de la sociedad»,
enfatiza. Para el conferenciante, la vivienda es actualmente «un
producto de mercado». «No se la considera por su valor de uso
-añade-, sino por su valor de intercambio monetario y eso está
degradándola a niveles muy importantes». Para De las Casas, la
vivienda es «muy importante», puesto que es «el centro del universo
para la persona que vive allí. Este tipo de arquitectura debe ser
tratada con cariño, cosa que no se hace».
Una breve visita a la urbanización de Can Pep Simó en Jesús,
obra de Josep Lluís Sert, permite a De las Casas profundizar en
este concepto. «La vivienda fue el motor de la arquitectura en el
movimiento moderno (al que perteneció Sert) a principios del siglo
pasado y hoy se considera como una arquitectura menor. Pero Sert
demuestra en Can Pep Simó que la arquitectura se puede hacer en un
garaje, en un porche, en cualquier sitio menudo». Según razona el
arquitecto, «la obra de Sert seguirá siendo siempre un ejemplo
fantástico de cómo la arquitectura se puede insertar en el lugar y,
por otro lado, de cómo puede insertarse en el ser humano, en lavida
encardinada del ser que es la casa». Desgraciadamente, en opinión
de De las Casas, «es un problema que vive el mundo entero:
convertir la vivienda en un valor de consumo en lugar de en un
valor de uso».
Al referirse a los grandes proyectos arquitectónicos,
enfatizados mediáticamente, el arquitecto se declara «muy poco
interesado arquitectónicamente» en edificios como el Guggenheim de
Bilbao, obra de Frank Gehry, o la Ciudad de las Artes y las
Ciencias de Valencia, de Santiago Calatrava. «Entiendo el valor del
Guggenheim como un símbolo, un objeto para la sociedad mediática.
Ha sido un focalizador impresionante de una serie de problemas que
tenía una ciudad, un pueblo... De problemas que no eran
arquitectónicos, sino sociales».
En el caso de Calatrava, De las Casas se muestra más escéptico
aún. «El proyecto en Valencia se ha usado exclusivamente para
producir un sobrevalor en los suelos y hacer una operación
inmobiliaria impresionante. Es muy duro decirlo, pero son objetos
que sólo sirven para fomentar y excusar esa especulación salvaje».
Profundizando en esta reflexión, De las Casas recuerda que, al
mismo tiempo que a Calabrava, Valencia le encargó un palacio de
congresos a Norman Foster en el otro extremo de la ciudad, «en vez
de hacer una parafernalia hizo un edificio fantástico, pero que no
sirve para generar especulación, así que a Foster no se le encarga
nada más por que no ha cumplido con lo que se esperaba de él»,
relata con un cierto poso de amargura.
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