Manuel Alvar López, una de las figuras magistrales de la filología
española, como han señalado muchos de sus discípulos, falleció ayer
a consecuencia del cáncer que sufría desde hace meses, una
enfermedad que no le ha permitido acabar su último proyecto, un
atlas lingüístico de Iberoamérica. Hijo adoptivo de muchas ciudades
españolas y latinoamericanas, entre ellas la localidad madrileña de
Chinchón -donde fue enterrado ayer-, Alvar era «un trabajador
infatigable, un hombre que amaba la lengua por encima de todas las
cosas», según Víctor García de la Concha, director de la Real
Academia de la Lengua, en la que ocupaba el sillón «T» y que
dirigió hasta 1991.
Manuel Alvar, que pasó los últimos días de su vida en coma
ingresado en la madrileña Clínica La Moncloa, era además miembro de
la Real Academia de la Historia, en donde ocupaba la vacante dejada
por Luis Díez del Corral y formó también parte del Consejo Asesor
del Departamento de Español Urgente de la Agencia EFE. Premio
Nacional de Investigación en los años 1960 y 1964, y Premio
Nacional de Literatura, en categoría de Ensayo en 1977, nació en
Benicarló, Castellón, el 8 de julio de 1923 y se licenció en
Filosofía y Letras, rama Filología Románica, en la Universidad de
Salamanca, en donde ejerció como docente, además de en las
Universidades de Madrid y Granada.
Doctor honoris causa por más de veinte universidades de todo el
mundo, para el secretario de Estado de Cultura, Luis Alberto de
Cuenca, «si hay una figura magistral en la filología, ése es Manuel
Alvar, un hombre que ha sido una referencia científica y humana».
«Trabajaba incansablemente, se despertaba a las cinco o seis de la
mañana y su vitalidad nos dejaba estupefactos», recordó De Cuenca,
quien fue alumno suyo.
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