Una de las primeras colecciones de pintura, reunida hace 400 años
por los hermanos Giustiniani, vuelve temporalmente al viejo palacio
romano de esta noble familia que con sus encargos «inventó» en
cierto modo a Caravaggio. Michelangelo Merisi, conocido como el
Caravaggio, es la estrella de la exposición que recrea tan
nostálgico regreso en medio de una gran expectación, ya que permite
paralelamente visitar uno de los egregios escenarios de la vida
romana, actual sede del Senado.
La selección de los 70 lienzos que ahora se reencuentran, tras
su dispersión hace dos siglos, es un ejemplo de la génesis del
barroco, con nombres propios como los de Lotto, Cambiaso, Veronesi,
Ribera, los hermanos Carracci o van Baburen. De Caravaggio
(1571-1610) eran quince de las 600 obras maestras que a finales del
Siglo XVII llegaron a juntar el marqués Vincenzo y el cardenal
Benedetto Giustiniani. Cinco de estas soberbias telas se exhiben
ahora en sus viejos aposentos, entre ellas la celebérrima «Amor
vencedor», la preferida de sus mecenas que, según se cuenta,
utilizaban para deslumbrar a sus huéspedes.
A Caravaggio le descubrieron los Giustiniani cuando acababa de
llegar desde Milán a Roma. Los sucesivos encargos al pintor
lombardo no son ajenos al desarrollo de lo que se llamó poética de
lo cotidiano y que remite a la incorporación de rostros populares
arquetípicos de la época en escenas que recrean pasajes bíblicos o
históricos.
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