Laurel Aitken y su banda, Skarlatine, durante el concierto que ofrecieron el lunes en Sant Agustí.

Los organizadores no estaban seguros del número de personas que se dieron cita el lunes por la noche en Sant Agustí para presenciar el concierto de Laurel Aitken, pero calculan que serían alrededor de tres mil. En cualquier caso, un año más esta pequeña y tranquila localidad volvió a verse desbordada por el aluvión de gente procedente de todos los lugares de la isla, fieles adictos a una de las fiestas más populares y auténticas del verano.

Y de nuevo los problemas implícitos a este tipo de concentraciones en un espacio que no cuenta con las infraestructura necesarias para hacer frente a una movida de estas dimensiones. Coches aparcados hasta una distancia considerable de la plaza, insuficiente servicio de intendencia (las cervezas se acabaron pronto, por ejemplo), amén de la ubicación del escenario (la mejor posible, por cierto), que dejaba sin visión a muchísimos espectadores.

Pero todos los inconvenientes quedaron superados por el espíritu de fiesta que animaba a los asistentes, predispuestos desde el principio a dejarse llevar por ese buen rollo que desde hace muchos años se ha ganado a pulso las fiestas de Sant Agustí. Con tal premisa, el cartel de la noche resultó de lo más apropiado para satisfacer las ganas de pasárselo bien de un auditorio formado en su mayor parte por ibicencos y residentes, aunque en esta ocasión también fueron numerosos los británicos que se acercaron a escuchar a Laurel Aitken, una leyenda de la música ska, residente en Londres desde los años 60.