La temporada alta de Baleares se está convirtiendo en una opción cada vez menos atractiva para el turismo interislas. El coste de la vida, empezando por la vivienda y la cesta de la compra, ha ido experimentando una tendencia alcista a la que no ha podido seguir el ritmo el crecimiento del poder adquisitivo del residente. El Archipiélago se ha encarecido por los cuatro costados y como destino turístico se aproxima también a niveles prohibitivos para sus propios ciudadanos. Tanto que los propios isleños viajan cada vez menos entre islas durante los meses centrales del año y se decantan por opciones más económicas, aunque se ubiquen a miles de kilómetros.
A medida que los precios han ido subiendo, los viajes de residentes entre las diferentes islas en temporada alta han ido perdiendo fuelle. El pasado año, pese a la explosión turística que supuso la salida de la pandemia, ya hubo un descenso del 5 % en las visitas de turistas baleares a sus propias islas en julio y agosto, mientras que este año la tendencia a la baja sigue incrementándose y podría llegar a duplicarse según la bajada registrada en julio y la percibida en agosto.
Paralelamente, los vuelos y pernoctaciones en los meses de temporada baja van creciendo. Es decir, que los baleares están olvidándose de visitar otras islas en pleno verano y las escapadas se están concentrando en meses más baratos y menos masificados. Sobre todo cuando un viaje a Ibiza en pleno verano puede salir más caro que visitar Tailandia, aun incluyendo el descuento de residente en los vuelos.
Los bonos turísticos interislas han ayudado a espolear el mercado local en los últimos años, aunque la recuperación del turismo internacional a nivel global -Baleares se encamina a un año de récord tanto a nivel de llegadas como de facturación- relega estas visitas a un papel residual, lejos del protagonismo que adquirió durante la pandemia como salvavidas del sector.
«Es cierto que entonces hubo un boom de desplazamientos motivado por las restricciones sanitarias, pero los baleares cada vez nos movemos menos entre islas durante la temporada alta por los costes tan altos», señala Pedro Fiol, presidente de la Agrupación Empresarial de Agencias de Viajes de Baleares (AVIBA). «Para un mallorquín es más fácil dejar la típica escapada de invierno a Menorca, visitar Ibiza o Formentera en primavera... Viajar en julio o agosto nos supone el mismo gasto que ir al extranjero».
De igual forma, la estancia media también se va acortando, como señala Fiol al referirse que la proximidad geográfica permite limitar cada vez esas escapadas a un fin de semana. La estancia media de un balear en una isla del Archipiélago diferente a la suya no supera los tres días.
Luis Casals, presidente del grupo Minura Hotels y de la Asociación Hotelera de Menorca hasta el pasado junio, señala que el interior «es un turismo que se mueve más en temporada media y en invierno», y que el movimiento veraniego va adquiriendo un rol cada vez más secundario. La presidenta de los hoteleros ibicencos, Ana Gordillo, coincide al indicar que los residente «intentamos difrutar de las Islas cuando hay menos gente; es una bajada normal».
No solo el alojamiento, también la restauración aglutina una oferta más ajustada a los bolsillos de centroeuropeos y noreuropeos. Alfonso Robledo, presidente de CAEB Restauración se está notando especialmente en los bolsillos de los mallorquines. «Todo ha subido y los negocios que no trabajan con turistas no pueden subir los precios».
Su homólogo en PIMEM Restauración, César Amable, señala que el bajón que marcan las estadísticas ha sido claramente percibido por los negocios del sector. «Este año la gente de aquí se ha movido menos; solíamos tener clientes de Ibiza y Menorca que este verano hemos visto muy poco», asevera.
Juanmi Ferrer, CEO de Palma Beach señala que «todo se ha encarecido mucho», y a los baleares «la inflación nos ha hecho mucho daño: antes salías del súper con dos o tres bolsas y ahora sales con una por el mismo dinero». Si se extrapola ese encarecimiento al sector turístico y se añade el factor de la masificación, explica, «es normal que el mallorquín prefiera viajar en octubre o noviembre».
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