Excluyendo deterioros, las pérdidas del grupo alcanzan los 425,9 millones de euros. El resultado bruto de explotación (Ebitda) del año fue negativo por 151,5 millones de euros, frente a los 477,9 millones positivos de un año antes, mientras que el resultado operativo arrojó cifras negativas de 557,3 millones de euros, frente al beneficio de 222,8 millones de 2019.
Según los resultados remitidos a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), la compañía redujo sus ingresos operativos en un 70,7%, hasta los 528,4 millones de euros, mientras que los gastos se recortaron un 47,8%, hasta los 679,3 millones de euros.
La compañía destaca que los resultados confirman «la gravedad» del impacto de la pandemia sobre las empresas turísticas, «haciendo imposible su comparativa con ejercicios precedentes». No obstante, considera que la anticipación del grupo y su «eficaz gestión de contingencia» han permitido «mitigar los peores impactos de la crisis».
Como fortaleza a nivel empresarial, la hotelera busca afianzarse en el segmento vacacional, que representa el 60% de sus hoteles y genera el 70% del beneficio operativo del grupo, y que tendrá, según las previsiones, una recuperación más temprana que el urbano.
La digitalización y el compromiso con la sostenibilidad son otros de los pilares en los que la compañía basa su fortaleza ante el futuro, así como en la gestión de su liquidez, ya que señala que asegurar el efectivo suficiente para afrontar con «tranquilidad» los próximos meses sigue siendo una prioridad, aunque esto ha supuesto un incremento de su deuda de 662,7 millones de euros, hasta los 1.255 millones de euros a cierre de 2020.
La liquidez, incluyendo la tesorería y las línea de crédito no dispuestas, alcanza los 316 millones de euros a cierre del ejercicio. En estos momentos, la compañía continúa estudiando otras vías adicionales para obtener liquidez y, en su caso, reducir deuda, hasta que se logre la recuperación de los ingresos, como podría ser la venta de algunos activos.
El vicepresidente ejecutivo y consejero delegado de Meliá, Gabriel Escarrer, señala que, tras alcanzar en 2019 unos resultados positivos, la pandemia «dejó la actividad turística en un estado de práctica hibernación», y destaca que la reacción de la compañía ante el desplome de la demanda «fue la mejor de las posibles», aplicando un plan de contingencia y revisando la estrategia para anticiparse a las tendencias.
Para los próximos meses, aunque esperan que el mercado se reactive a partir del segundo trimestre, esto estará condicionado a la evolución de la vacunación y a la coordinación de los sistemas de control y configuración de «corredores seguros» u otras alternativas similares para incentivar el turismo entre mercados emisores y destinos. Asimismo, también estará condicionado a los factores económicos y las capacidades adquisitivas de la población. Por ello, Escarrer señala que no alcanzarán los niveles de facturación previos a la pandemia hasta 2023 o 2024.
No obstante, y «desde la prudencia», la compañía ve con optimismo el repunte de reservas a partir de mayo y junio, inducido por las mejoras en el control de la pandemia y la apertura de fronteras en el Reino Unido.
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