Un viernes normal, lo más probable es que no haya plazas para volar entre Ibiza y Palma ni entre Palma y Mahón, salvo que hayas comprado los billetes con algunos días de antelación. Por motivos laborales, deportivos, lúdicos o de salud centenares de isleños se mueven a diario con Air Nostrum o Air Europa de isla a isla.
Ayer el día no era normal. En el mostrador de Air Europa, una de las azafatas de tierra llevaba guantes azules, a conjunto con su uniforme. Reinaba en la instalación un inusual e impactante silencio, un helador silencio.
Tras superar un poco concurrido control de seguridad con una sola línea de escáner en servicio, algunos pasajeros portan mascarilla. Vemos un joven en manga corta, guantes y una mascarilla con aspecto de ser profesional. Al rato se quita los guantes. Habrá visto menos peligro.
Al rato, una joven con mascarilla de papel y guantes blancos se suma al equipo de los más precavidos. Se sienta, se hace un selfie para inmortalizar este momento histórico y hace una videoconferencia con su madre para que nos enteremos todos de su vacía conversación. Sale un señor de la sala VIP del aeródromo de es Codolar. Y lo hace ataviado también con mascarilla en el rostro y guantes en las manos, cuando había entrado sin ellos.
Nadie habla y todos nos miramos como preguntándonos si alguno de los presentes está infectado y si estamos haciendo bien manteniendo el viaje programado.
Otros han tomado la decisión contraria. Según me explican antes de entrar en el finger una veintena de pasajeros no se ha presentado al vuelo, a pesar de haber comprado el pasaje. Esto es casi la mitad del avión. Se nota en la rapidez con la que embarcamos, tanta que hemos de esperar en el turbohélice de Air Europa para despegar en la hora asignada.
En la terminal interislas, se reproduce la extraña sensación de silencio. Nadie habla. Se respira tristeza y preocupación. No hay pasajeros con mascarillas. También se ha producido una desbandada de pasajeros, lo que desata el comentario de las profesionales de la compañía. «Esto es un desastre, durante toda la mañana vemos que mucha gente no se presenta a los vuelos».
Mientras, Francina Armengol está reunida con su gobierno para decidir nuevas medidas y valorar si restringe el trafico aéreo, volamos en un inusual silencio.
El 11-S aterricé en Madrid después de pasarme ocho horas volando en un viaje de ida y vuelta. Al aterrizar, una T2 desértica nos dio una irrepetible bienvenida. Ayer, lejos de ese momento, también tuvimos un extraño viaje.
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