Miedo. Eso es lo que uno puede sentir cuando acaba su carrera universitaria (o grado). Salir de la rutina de la que se está acostumbrado asusta y, sobre todo, el momento de buscar un empleo: el miedo al primer trabajo. Y ese fue mi caso. Tras dos veranos de becaria en otra empresa, a la que he de destacar que me enseñó varias cosas de las que sé hoy, tener un trabajo de lo que estudié era mi sueño y mi temor, pues es bien sabido que en esta profesión es difícil encontrar rápido un empleo.
Pero ese miedo al primer trabajo desaparece cuando haces una entrevista y sientes que ha ido bien. Te cogen y entras a trabajar. Dentro de este rato en el que dedicas tu tiempo al empleo otro factor importante es un buen ambiente. Otro punto que bajo mi suerte pude gozar desde el día uno. Y es que uno no se imagina cuando entra a trabajar lo que le deparará, pero en algunos casos puede que seamos afortunados y consigamos un empleo en el que nos sintamos conformes.
Obviamente no todo es color de rosas. Hay días que se está menos inspirado, un mal día, no concuerdas con algún asunto, etcétera. Pero lo mejor es saberlo llevar y pensar en que hay mejores y peores días como en todo en la vida. ¿Acaso no sería aburrido si fuese todo igual siempre? La respuesta intuyo que la mayoría es afirmativa, por lo que estos momentos de tensión son los que hacen que otro día de trabajo pueda llegar a ser más productivo o permitir hacer un gran reportaje.
Y la vida es larga cuando uno es joven, pero qué mejor que dar lo mejor de uno mismo cuando se está a gusto y cuando se te reconoce el trabajo que elaboras cada día y ves que no lo estás haciendo mal. Y todas estas cosas expuestas en estas palabras y más, pero hay cosas que uno prefiere dejar para uno mismo, son las que hacen que desaparezca el miedo al primer trabajo.