Abril Ingremeau. | Toni Planells

El primer día en un trabajo nuevo puede llegar a ser igual o peor que el primer día de clase en un colegio. Creo que son los nervios. Ese dolor de tripa que muchos conocemos como aquel que puede llegar a ser tan fuerte que te hace perder el sentido común y consigue que hagas o digas cualquier tontería en el momento menos indicado. Pero al final, nunca es para tanto.

De todos mis primeros días el primero en la redacción de Periódico de Ibiza y Formentera fue un día bastante normal y muy corriente. Fue uno día de esos en los que todavía tenías que presentarte mientras mantenías una batalla de miradas con un desconocido (como si fueras a descubrir algo que ni esa persona sabe) intentando adivinar el resto de su cara porque una mascarilla de color azul o blanca le tapaba medio rostro. Pensándolo ahora, dos años y medio más tarde, eso no tenía nada de normal. En fin.

Después de introducirme a los pocos compañeros que se encontraban en ese momento trabajando en la redacción del periódico me senté en el que iba a ser mi sitio durante los próximos años. Así, poco a poco, ese sitio se ha ido convirtiendo en una segunda casa, o más bien se le podría llamar una segunda ‘casita’. Y es que, al fin y al cabo, es un pequeño espacio en el que se hace mucho más que trabajar. Es un lugar en el que se escribe y se lee, pero también se habla, se escucha y se ríe. A veces se alza la voz y otras se calla, pero al final del día son siempre las mismas personas las que me acompañan. Aquellas con las que compartir esta segunda ‘casita’ se convierte en algo mucho más sencillo aunque haya días que no lo sean tanto.

Quién me lo iba a decir. Ni yo misma hubiera imaginado el primer día que hoy me encontraría aquí, en el mismo sitio en el que me senté aquel primer día. Junto a esos compañeros a los que entonces no había podido ver las caras al completo y que ahora forman parte de mi día a día. Así como que tampoco hubiera imaginado que los nervios del primer día son solo eso, nervios.