El español no ha dominado con la soltura habitual la temporada de tierra batida y llega al momento cumbre con más dudas de las normales, con un único triunfo en esa superficie en Europa y habiendo caído en dos ocasiones lejos de la final.
Solo el hecho de que Nadal domina Roland Garros, donde nada más ha cedido una derrota en 82 duelos, la que en 2009 le propinó el sueco Robin Soderling, mantienen al número uno del mundo con el cartel de principal favorito para la victoria final.
Porque, pese a que su temporada de tierra batida ha dejado lagunas, Nadal sigue contando con el control que ejerce sobre el Grand Slam de París. No es la primera vez que el mallorquín llega tras haber sido dominado por otros tenistas en los torneos previos y, al final, en Roland Garros, cuando los partidos se dirimen a cinco sets, ha emergido su mejor versión.
Pero los prolegómenos hacen pensar que Nadal tendrá que mejorar mucho para levantar un noveno triunfo, el décimo cuarto Grand Slam de su carrera, que le igualaría con el gran Peter Sampras, a tres de Roger Federer.
Nunca antes se había mostrado tan dubitativo en la arcilla, superficie en la que comenzó en Montecarlo, donde fue derrotado en cuartos de final por David Ferrer.
En la misma ronda, pero contra Nicolás Almagro, cayó en Barcelona y su victoria en Madrid a la semana siguiente estuvo cargada de puntos de interrogación, porque en la final el japonés Kei Nishikori, una estrella ascendente del tenis mundial, se retiró con la espalda dolorida cuando iba por delante en el marcador en la tercera manga.
En Roma alcanzó la final tras ceder un set en las tres primeras rondas, contra Gilles Simon, Mikhail Youzhni y Andy Murray. El título se le escapó contra un Novak Djokovic que demostró ser más fuerte.
En total, Nadal se presenta en París con tres derrotas en tierra batida, algo que hacía diez años que no registraba la hoja de servicios del español.
Además, en su camino a la final, el sorteo le ha revelado trampas. Deberá medirse con dos de sus verdugos esta temporada en tierra batida, Almagro en unos hipotéticos octavos y Ferrer, finalista del año pasado, en cuartos.
En semifinal se mediría con el suizo Stan Wawrinka, que le ganó en la final del Abierto de Australia, también a cinco sets, pero en otra superficie diferente.
Si supera todos esos obstáculos, su teórico rival por el título sería, como en 2012, Djokovic, un duelo que hace recordar las semifinales del año pasado, uno de los partidos más intensos de la historia del torneo, que se resolvió en un agónico 9-7 en el quinto set.
El serbio sabe que no anda lejos de vencer a Nadal en París y en Roma vio el camino, en un partido que recordó a la final de Montecarlo de 2011. Entonces, Djokovic estaba en su mejor temporada y también albergaba esperanzas de ganar a Nadal, pero cayó en semifinales contra el suizo Roger Federer en un encuentro de altísimo nivel.
Djokovic sueña con integrar la nómina reducida de los jugadores que tienen todos los grandes en sus vitrinas, los Andre Agassi, Don Budge, Roy Emerson, Federer, Rod Laver, Nadal y Fred Perry.
El serbio parece haber dejado atrás los problemas que arrastraba en su muñeca, que le hicieron caer en semis de Montecarlo y perderse Madrid. Pero en Roma demostró que está de vuelta.
Nole puede volver a encontrarse en semifinales contra un Federer que disputa en París su 58 Grand Slam consecutivo.
El británico Andy Murray, el cuarto componente de la elite del tenis actual, también parece llegar en un buen momento, tras haberse perdido el año pasado el torneo por lesión y haber sumado posteriormente en Wimbledon su primer triunfo en un grande.
Ferrer, finalista del año pasado, llega con menos potencia, sin hacer ruido como es su costumbre, pero siempre con la intención de dar la sorpresa en París.
Una ciudad donde alcanzó su primera final de un grande y donde conquistó, bajo el techo de Bercy, su primer triunfo en un Masters 1.000.
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