Si alguien es capaz de poner en duda que Rafael Nadal se va a marchar de Pekín con una medalla al cuello, está equivocado. Muy equivocado. El tenis contundente del mallorquín se ha convertido en una pesadilla para sus rivales. El último en sufrir el rodillo del próximo número uno del mundo fue el ruso Igor Andreev, que poco pudo hacer ante el insultante recital del líder del equipo español (6/4 y 6/2 en una hora y treinta y cuatro minutos). Apenas aguantó seis juegos al frenético ritmo que Nadal imprime a los partidos y el desgaste psicológico con el que castiga a sus oponentes. El balear llega a todos los golpes, responde de manera efectiva y se queda solo en la pista. Esos argumentos le sirvieron para plantarse en los cuartos de final, e igualar el techo del tenis del archipiélago en sus contadas presencias olímpicas (Carlos Moyà, 2004). Allí le espera el austríaco Jurgen Melzer, un jugador del montón al que la historia pone ante un reto de dimensiones industriales: apartar de las semifinales del torneo olímpico a su gran favorito.
Andreev mostró su mejor cara en un arranque que Nadal siempre usa como tanteo, como estímulo para los que se atreven a ponerse ante él. Eso sí, el tetracampeón de Roland Garros no cede con su servicio y eso suele empezar a desesperar a los que, como Andreev, fuerzan la máquina creyendo que es su día, que serán capaces de derrotar. El ruso intentó llevar a Nadal al fondo de la pista con golpes dirigidos a los que siempre hallaba contestación. Hasta que el español dijo basta. Fue en el séptimo juego. Los cañonazos de Andreev traspasaban la línea de fondo y el manacorí consumaba un break (4-3) que dejaba resuelta la primera manga. No había síntomas de debilidad por su parte, y sólo necesitaba corroborar con una rotura de saque lo que todos intuían.
Desde ese punto, a la parte perdedora le tocaba arriesgar. Andreev lo hizo, y estuvo a punto de cambiar el sino del encuentro. Contó con cuatro pelotas de break, llegando a ir 0-40 en el noveno juego, en la primera ocasión que se le presentó a Rafael para sellar su victoria en el primer set. Otra vez volvió el orgullo del nuevo rey de la hierba a dar señales de vida cuando las cosas se pusieron feas, y le dio la vuelta a un punto imposible, ante la desesperación del ruso, que tuvo en sus manos el 5-5 y vio cómo, tras 55 minutos, el grueso de sus esperanzas se volatilizaban.
Lo hicieron porque el segundo parcial se convirtió en un monólogo del mallorquín, que no se apiadó de un enemigo herido de muerte, pero al que había que sentenciar definitivamente. Casi sin quererlo, jugando un tenis práctico, Nadal se ponía 3-0 y algunos ya abandonaban el recinto. Andreev estaba listo. El muro en que se convirtió Nadal, devolviendo todo lo que atravesaba la red, desquició a su víctima en octavos, que dio señales de vida en el tramo final, con 5-1 en su contra y todo perdido, si es que antes ya no lo estaba.
Fue una reacción que apenas se notó, pues cuando Nadal recuperó el servicio, poco más duró el partido, cuya recta final se convirtió en un suplicio para ambos. Por lo que al español se refiere, por intentar cumplir cuanto antes con el expediente. Para el ruso, era despertar de una pesadilla, la que sufren todos los que hallan en su camino al responsable del cambio de era en el mundo de la raqueta. El siguiente es Melzer. Tras él, tal vez Djokovic y puede que la final se convierta en una oficialización de la entrega del testigo de número uno del mundo por parte de Roger Federer. La cruz para Nadal fue la eliminación en dobles, competición en la que tomaba parte junto al catalán Tommy Robredo. Tras deshacerse a las primeras de cambio de los suecos Soderling y Björkman, los australianos Lleyton Hewitt (eliminado en individuales por el balear) y Chris Guccione buscaban poner a prueba a un tándem en pleno rodaje. Los oceánicos cortaron de raíz las posibilidades de doblete de Nadal, basando en su experiencia y la dureza de su servicio un triunfo por 6/2 y 7/6(5) con el que el doble masculino español se queda sin representación, tras ser también eliminados Nicolás Almagro y David Ferrer.
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