A pesar de que se conocen perfectamente, los primeros asaltos fueron de tanteo. Parecía como si ninguno quisiera desvelar su táctica. Nadal andaba muy lejos de la línea de fondo y Federer decidió tomar las riendas. En el cuarto juego (1-2) se mostró muy agresivo en el resto y se colocó con un peligroso 15-40. El balear encontró en ese momento el revés de su adversario y el suizo vio escapar sus dos primeras pelotas de break (2-2).
Estaba el partido complicado. Federer ganaba su saque con claridad (2-3) y al juego siguiente volvía a tener cinco oportunidades para romper el servicio del mallorquín. Al zurdo de Manacor se le estaba quedando la pelota demasiado corta, pero el saque y la derecha le sacó de ese gran apuro (3-3).
Nadal ya había conseguido desquiciar a Federer levantando esas siete pelotas de break, pero en el séptimo juego le asestó un duro golpe moral. El suizo se despistó un momento y se encontró con un 0-40, que el mallorquín aprovechó para romper en su primera oportunidad forzándole de nuevo el revés, el golpe más débil del número uno del mundo (4-3 y saque).
La final comenzaba a ponerse de cara, pero Federer todavía no se había rendido. Sentado en la silla durante el cambio planeó como romper el saque de Nadal y en un abrir y cerrar de ojos se puso 0-40. Al balear, que le van los retos, le dio por levantar también esas tres pelotas de break y mantuvo su ventaja (5-3).
El número uno del mundo no daba crédito. Había tenido hasta diez oportunidades para romper el servicio del mallorquín y sin embargo tenía la primera manga prácticamente perdida. Incluso el público parecía darle la espalda cuando aplaudieron un gran punto de Nadal, que se había colocado con 0-30 en el noveno juego. Fue demasiado para el suizo, que con 30-40 en el marcador se tragó un gran resto del mallorquín y le regaló la pelota para que decidiera el parcial con una gran derecha paralela (6-3).
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