El piloto mallorquín celebra el título mundial conseguido en la última carrera en Cheste.

Tenía que ser un gran día. Brillaba el sol en Cheste, 129.446 personas eran testigos directos de un Gran Premio de la Comunitat Valenciana que pasaría a los anales del motociclismo y Jorge Lorenzo llegaba dispuesto a inscribir su nombre en la historia. Trece puntos y un Andrea Dovizioso correoso hasta los extremos eran los dos grandes obstáculos que debía sortear el piloto del Fortuna Lotus, que hizo valer la potencia su Aprilia en una fase de la carrera para deshacerse del transalpino y sentenciar un título que era suyo desde Jerez. Arropado por todo su equipo, por las primeras autoridades de Balears y por su amigo Samuel Etoo, testigo junto a Jaume Matas desde el muro de su gesta, no podía fallar nada. Todos apostaban al rojo. Apostaban a un 48 que ya es el número 1, el que tiene el mundo a sus pies. Veintisiete vueltas a un trazado de 4.005 metros y una bandera a cuadros debían poner fin a una temporada inolvidable. Lorenzo salía desde la segunda posición de la parrilla, sólo superado por la «bala» Aoyama, que le impidió atrapar su undécima «pole» del curso y el récord de Anton Mang. Escoltado por las Aprilia de Locatelli, De Angelis y Barberá y por las órdenes equipo de la factoría de Noale (Giampiero Sacchi siguió desde el muro las evoluciones de la carrera), todo estaba preparado para que el título viajara hacia Mallorca.

Anduvo fino esta vez Jorge en una salida peligrosa en el paso por la curva Aspar. Enseguida se vio que Roberto Locatelli quería la victoria y abrió hueco. Jorge se situaba en una estratégica segunda posición y Dovizioso pasaba el primer parcial del Gran Premio de la Comunitat Valenciana desde una inesperada novena plaza. Todo podía pasar con el italiano, que no encontraba su mejor ritmo, a la par que Locatelli se iba. La guerra estaba por detrás y Dovizioso empezaba su tímida remontada. Era octavo y Jorge cuarto. Si Andrea necesitaba un milagro antes de la carrera, ahora sólo la retirada de Lorenzo le podía convertir en campeón del mundo del cuarto de litro.

No podía imaginar el 48 que iba a vivir sus peores momentos de la carrera en los siguientes giros. Perdía tiempo respecto a Dovizioso, que a 21 giros para el final del Mundial veía a Jorge en sexta posición. A dos plazas y cada vez más cerca. Pese a ello, resultaba improbable que la corona fuera a parar a manos del italiano, aunque el piloto de Honda arriesgó al máximo hasta ponerse a siete décimas de Lorenzo. Pegado a su rueda, intentó poner nervioso al balear, que incluso se vio superado por su único rival. Pero faltaban venite vueltas. Un mundo con el pulso Dovizioso-Lorenzo con las espadas en todo lo alto y una gran ventaja a favor del piloto de Aprilia, que caía al séptimo lugar, siendo Andrea quien veía desde su retrovisor el carenado de Giorgio, que en la recta de meta exhibía la mayor punta de velocidad de su máquina y en el primer giro del Ricardo Tormo adelantaba otra vez a Dovizioso. Las cosas volvían a estar en su sitio al filo del ecuador de la prueba, pero por delante estaba todo visto para sentencia. Estaba claro que la lucha por la carrera la dirimirían De Angelis, Locatelli y Aoyama, y la reacción de Jorge no tardaba en llegar. Tanto que a 13 vueltas, se produjo una maniobra clave para entender el desenlace del Gran Premio. lex Debón, compañero de equipo de Lorenzo, se situaba entre el italiano y el balear. Su misión era frenar al 34 y permitir a Jorge escaparse, hacer más grande el hueco. La estrategia de equipo entraba en acción y lo hacía con resultados inmejorables. Debón cumplía con su cometido y Dovizioso se rindió en las últimas diez vueltas. El Mundial estaba decidido e iba a hablar mallorquín, En el box del Fortuna Lotus no cabia un alfiler. Patrocinadores, prensa, mecánicos, curiosos, autoridades... Se empezaba a cocinar la celebración y aparecía en escena el casco dorado. Mientras, De Angelis, Aoyama y Locatelli, a la suya, a despedir el año a lo grande en un recital de Aprilia y KTM. Dovizioso seguía perdiendo fuelle y arrojaba la toalla al asfalto de Cheste. Ahí fue a parar también Horisho Aoyama. Una mala trazada le hizo acabar por los suelos, dejando sin valor la «pole» y un fin de semana extraordinario.