Vinokourov, en un año difícil para él y su equipo, excluido en el Tour de Francia por su implicación en el caso de dopaje destapado en España, su gran objetivo del año, conquistó en Cibeles un éxito que faltaba en un palmarés rico en triunfos en carreras de una semana (París Niza) y en clásicas (Lieja-Bastoña-Liega y Amstel Gold Race), que le faltaba para confirmarse entre los grandes de la historia, una vez cumplidos 10 años como profesional.
Ídolo nacional en su país, Vinokourov empezó en 1997 en las filas del equipo francés Casino, y sólo un año después ya tenía seis victorias. En 2000 ganó la primera de sus cuatro etapas en la Vuelta con la camiseta del Telekom, donde permaneció seis años a la sombra de Ullrich, lo que le impidió demostrar su enorme talento, el mismo que le mantuvo sólo un año en el campo aficionado.
En 2006 asumió los galones del Liberty Seguros, y a partir de ahí los escándalos del dopaje le cambiaron al Astaná. Del Tour salió hundido y necesitaba demostrarse que podía luchar por una grande. Al primer intento subió a lo más alto del cajón. La Vuelta se rindió al mejor, al corredor que nunca se dio por vencido. Salió malparado en la primera etapa de montaña, pero pudo y supo remontar.
Sus exhibiciones en la montaña andaluza en las etapas concluidas en Granada y La Pandera y en la contrarreloj de Rivas cimentaron la base de su gloria. Le ganó el pulso al español Alejandro Valverde, que reconoció «la fuerza del Vinokourov, que ha sido el mejor y hay que felicitarle». El ciclista murciano hubo de conformarse con la segunda plaza y Kashechkin completó la foto de honor como tercero y revelación de la carrera, aparte de joya del ciclismo para el futuro inmediato.
Ahora el reto de Vinokourov será ganar el Tour de Francia, y para ello se prepara su equipo, que no para de fichar grandes corredores a su servicio, como los alemanes Kloden y Kessler, íntimos amigos del kazako, o como el italiano Savoldelli. Que tiene la carrera francesa en sus piernas es algo que ha dejado claro en la Vueltas.
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