Un mensaje de Marian, jefa de prensa del Ayuntamiento de San
Antoni, puso en marcha a los medios locales poco después de las
7,00 horas. David estaba en ses Bledes, pero había decidido llegar
hasta el puerto. Una hora después, el muelle de la estación
marítima ya empezaba a tener ambiente. Todavía no se avistaba nada
en el agua, pero la lluvia helada y la bruma matinal anunciaban un
hecho extraordinario. Algunos impacientes ya esperaban detrás de
las vallas la llegada del titán, pero aún eran pocos. Los
encargados de la promoción del evento ponían a punto los logos y
divisas de sus empresas. Sí estaba completamente preparada la
unidad médida para trasladar al nadador a Can Misses nada más
pusiera un pie en tierra: «Tened cuidado no os caigáis, que tengo
sólo una ambulancia y es para David», advertía el responsable a
quien brincaba por las rocas del espigón. La lluvia empezó a
arreciar y muchos decidieron entretener la espera dentro de un bar.
La conversación sobre la dificultad de la hazaña y sus pormenores
hacía pasar los minutos mientras la rotonda del puerto empezaba a
colapsarse. Un nuevo mensaje SMS, esta vez de la concejala de
Participación Ciudadana, Lidia Prats, había anunciado a media
población la inminencia de la llegada. Eran las 9,30 horas y ya se
veía junto a Conillera al grupo de barcos que indicaban la
presencia del nadador. Banderas, bocinas y bebidas isotónicas eran
repartidas por la organización con música rock de fondo para
amenizar la espera. En la zona de prensa redactores y reporteros
gráficos de más de una decena de medios ocupaban su sitio. Las
cábalas acerca del tiempo que invertiría se mezclaban con las
noticias de su estado y con los comentarios de José González, jefe
de atención primaria de Can Misses, sobre los probables síntomas
que presentaría. Era un gran murmullo sobre el que sobresalía algún
que otro grito al nadador.
Krankel condujo con su «Meganite» a algunos periodistas hasta
donde se encontraba Meca. Rodeado por los barcos que le habían
acompañado durante toda la travesía y los añadidos para recibirle,
el campeón braceaba a trompicones. La multitud contuvo el aliento
cuando a menos de 200 metros del muelle pareció desfallecer. Pero
su leve chapoteo hizo que los gritos de ánimo renacieran para
acompañarle hasta el último momento. Tenía el brazo izquierdo
inmovil y las piernas agarrotadas cuando David Meca llegó a la
escalera del Muelle. Con la cara inflamada por las picaduras de
medusas, boqueó para tomar aire y sollozó debilmente antes de
desfallecer mientras su entrenador decía a su madre: «¡La última
vez, ¿eh?; la última!». Dificil creerlo. Seguro que ya piensa en su
nuevo reto.
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