Iván Muñoz
Muchos en la isla se fueron el miércoles por la noche a la cama con una extraña sensación de vacío, con ese vértigo extraño entre la congoja y el suspense que no termina de manifestarse claramente. Era un día laborable como otro cualquiera, pero pocos de los que estaban al tanto de lo que un hombre estaba intentando a varias decenas de millas de aquí podían evitar dedicarle algunos minutos de sus pensamientos. Más cuando cayó el sol y dió paso a un frío y una oscuridad que se multiplican hasta el infinito en alta mar. Algunos intentaron imaginar qué se debe de sentir de madrugada nadando en esas condiciones. Incluso hubo quien soñó con ello.

Un mensaje de Marian, jefa de prensa del Ayuntamiento de San Antoni, puso en marcha a los medios locales poco después de las 7,00 horas. David estaba en ses Bledes, pero había decidido llegar hasta el puerto. Una hora después, el muelle de la estación marítima ya empezaba a tener ambiente. Todavía no se avistaba nada en el agua, pero la lluvia helada y la bruma matinal anunciaban un hecho extraordinario. Algunos impacientes ya esperaban detrás de las vallas la llegada del titán, pero aún eran pocos. Los encargados de la promoción del evento ponían a punto los logos y divisas de sus empresas. Sí estaba completamente preparada la unidad médida para trasladar al nadador a Can Misses nada más pusiera un pie en tierra: «Tened cuidado no os caigáis, que tengo sólo una ambulancia y es para David», advertía el responsable a quien brincaba por las rocas del espigón. La lluvia empezó a arreciar y muchos decidieron entretener la espera dentro de un bar. La conversación sobre la dificultad de la hazaña y sus pormenores hacía pasar los minutos mientras la rotonda del puerto empezaba a colapsarse. Un nuevo mensaje SMS, esta vez de la concejala de Participación Ciudadana, Lidia Prats, había anunciado a media población la inminencia de la llegada. Eran las 9,30 horas y ya se veía junto a Conillera al grupo de barcos que indicaban la presencia del nadador. Banderas, bocinas y bebidas isotónicas eran repartidas por la organización con música rock de fondo para amenizar la espera. En la zona de prensa redactores y reporteros gráficos de más de una decena de medios ocupaban su sitio. Las cábalas acerca del tiempo que invertiría se mezclaban con las noticias de su estado y con los comentarios de José González, jefe de atención primaria de Can Misses, sobre los probables síntomas que presentaría. Era un gran murmullo sobre el que sobresalía algún que otro grito al nadador.

Krankel condujo con su «Meganite» a algunos periodistas hasta donde se encontraba Meca. Rodeado por los barcos que le habían acompañado durante toda la travesía y los añadidos para recibirle, el campeón braceaba a trompicones. La multitud contuvo el aliento cuando a menos de 200 metros del muelle pareció desfallecer. Pero su leve chapoteo hizo que los gritos de ánimo renacieran para acompañarle hasta el último momento. Tenía el brazo izquierdo inmovil y las piernas agarrotadas cuando David Meca llegó a la escalera del Muelle. Con la cara inflamada por las picaduras de medusas, boqueó para tomar aire y sollozó debilmente antes de desfallecer mientras su entrenador decía a su madre: «¡La última vez, ¿eh?; la última!». Dificil creerlo. Seguro que ya piensa en su nuevo reto.