Jenaro Lorente|LISBOA
Portugal y Grecia están en la cuenta atrás de la cita más importante de su historia, la final de la Eurocopa. El 4 de julio de 2004 es un fecha que quedará grabada para siempre en los dos países y que marcará un antes y un después en las dos selecciones.

El estadio lisboeta de La Luz será escenario de una final inédita e imprevisible al comienzo del campeonato el pasado 12 de junio. La Eurocopa de Portugal echará el cierre con un duelo atípico, pero no por ello exento de atractivos. Suceda lo que suceda, el europeo ha encumbrado a un técnico y a un equipo. El brasileño Luiz Felipe Scolari y Portugal han encandilado a todo el país luso, que ha vibrado con su selección.

Los colores rojo y verde se han paseado por todos los rincones de las ciudades durante el campeonato y la afición ha «estallado» de alegría cada vez que el equipo superaba un obstáculo en su camino hacia la final.

Comenzó mal la escuadra de Scolari. El tropiezo ante los griegos en el partido inaugural desencadenó una depresión popular y puso al técnico en el disparadero. Pero el entrenador supo reaccionar e introducir los cambios necesarios en el equipo para lavarle la cara.

Y la mejoría se hizo palpable. Portugal enfiló sin vacilar su camino hacia la final. Rusia, España, Inglaterra y Holanda cayeron en sus garras y después de cada triunfo el país «enloqueció» de alegría. El fútbol portugués creció en cada envite, se fue haciendo grande y transmitió al pueblo la sensación de que nadie les podía parar en su objetivo de levantar la copa de campeones en La Luz.