Sólo unos minutos después del encuentro, disputado en el estadio
lisboeta de La Luz, y como ya sucediese en el último partido de la
primera fase contra España, miles de aficionados lusos se echaron a
la calle para festejar de modo ruidoso el éxito de su selección. En
coches, motos o a pie, haciendo sonar las bocinas, ondeando
banderas, pañuelos o bufandas con sus colores, los portugueses
reaccionaron al unísono en todo el país para expresar la alegría
colectiva. Mientras los aficionados, tanto portugueses como
ingleses, abandonaban el estadio en orden, familias enteras salían
de sus casas en numerosas localidades, y sobre todo en Lisboa y
Oporto, para concentrarse en plazas y lugares públicos y mostrar su
satisfacción.
Con el estadio lisboeta de La Luz como epicentro de la alegría
colectiva de todo un pueblo, una onda de satisfacción y orgullo se
expandió por todos los confines y miles de jóvenes comenzaron a
recorrer en grupos, en su mayoría motorizados y ruidos, las
arterias del país. Las banderas, que durante los últimos días
ocupaban los lugares más insospechados, desde ventanas, balcones,
automóviles o motos, hasta barcos de pesca o escaparates, pasaron a
manos de la gente que gritaba.
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