El equipo español de Copa Davis afronta esta semana la recta final de su preparación para el enfrentamiento contra Australia por el título más importante, y quizás el más difícil de conseguir, pero sin miedo, aun sabiendo que en la mente del conjunto rival la venganza estará presente en cada uno de los encuentros.

Las palabras del entonces capitán australiano John Newcombe en la final del 2000 en el Palau Sant Jordi cuando se despidió del público y del equipo español tras perder por 3-1 todavía resuenan. «Os esperamos en Australia la próxima», dijo. Toda una premonición y advertencia al grupo que entonces saboreaba el trofeo que tanto tiempo había costado ganar y que entonces obtuvieron en la tierra barcelonesa.

Dos años después, España devuelve la visita. Faltarán dos nombres de aquella histórica formación, Juan Balcells y Albert Costa, ambos desechados por conveniencias tácticas y técnicas. Y contará con dos incorporaciones, la de Carlos Moyà, que en el pabellón barcelonés vio los partidos desde la grada, sintiendo que se le escapaba una gran oportunidad, y la de Feliciano López, el joven toledano incluido esta vez como arma segura en la peor superficie que podía elegirse para recibir a los mejores jugadores del mundo en tierra, la hierba.

Después de los entrenamientos en las pistas del estadio Kooyong, después de la toma de contacto con la superficie del Rod Laver Arena, y los paneles de césped colocados para disputar los encuentros de la final, el conjunto español se apresura ya a intentar la sorpresa. Para ello ha seguido el consejo y el manual del equipo francés, sorprendente vencedor de la final del 2001, cuando también los «aussie» colocaron hierba para recibir a los franceses en el mismo escenario.

Las conversaciones que han mantenido el G-3 con Guy Forget, capitán de Francia, y otros oficiales del conjunto francés han servido de guía para intentar de la mejor manera posible que España también dé la sorpresa dos años después y amargue las perspectivas de venganza de los australianos.

Esa copia del manual, «Cómo vencer a Australia en casa y sobre hierba en una final de Copa Davis», obra en poder de los capitanes españoles que han seguido prácticamente al pie de la letra los consejos de su vecino país. Llegaron con algo menos de dos semanas a territorio rival. Se entrenaron primero al aire libre en Kooyong. Pisaron después el recinto de la final, y sobre todo, y en todo momento, no dejaron de advertir que aunque Australia lleva el peso de la eliminatoria, y evidentemente son favoritos, no llegan al matadero como incautos corderitos.

Francia contó en aquella final con mucho a su favor. Primero una gran sorpresa que luego se tradujo en error garrafal del capitán, Newcombe al alinear a Patrick Rafter, sustituyendo a Wayne Arthurs, con Lleyton Hewitt en el doble, sin duda para que fuera la foto inolvidable de aquella victoria. Pero se truncó la idea y fue la pareja francesa Pioline-Santoro la que se hizo con ese punto tan vital siempre. Rafter, agotado después de jugar los dos primeros días, no pudo alinearse en el tercero y definitivo, y Arthurs, un formidable especialista en parejas, sucumbió contra Escudé en el quinto punto de la eliminatoria.

Hasta en eso, el G-3 puede encontrar similitudes. El «Escudé español» podría ser Feliciano López, en los dos últimos años, octavo finalista en Wimbledon, pero sobre el que puede pesar una gran responsabilidad si finalmente es alineado además del doble con Corretja, para un partido individual. Difícil decisión para el G-3, que en teoría debería confiar en Moyá y Ferrero para esa empresa.

España se encontrará además con cuatro jugadores sedientos de venganza y de triunfo en esta final por diferentes razones. Hewitt se ha preparado a conciencia, dejando aparte intereses particulares, desechando incluso ofertas para jugar exhibiciones. Ha trabajado en el gimnasio junto con su entrenador personal Roger Rasheed y se ha machacado en la pista más que nadie junto con el joven Todd Reid, ganador de 10 partidos consecutivos en torneos Futures, peleando cada punto.

Mark Philippoussis también tiene su corazón puesto en la final. No participó en la del 2000 y durante un tiempo fue el jugador odiado y criticado por sus compañeros porque en un momento dado se escondió de participar en el equipo debido a sus lesiones. Pero todos recuerdan que fue el verdugo de Francia en la final de Niza en 1999 por 3-2, y en tierra, cuando él es un consumado especialista en hierba.

Todd Woodbridge tampoco estuvo en Barcelona en el 2000, debido al nacimiento de su hija. Es el más veterano de todos, con 32 años, y lleva 78 títulos de dobles. Es quizás, el más reservado y analista de los cuatro y sabe que quizás sea su última oportunidad para tocar la Copa Davis y no quiere desaprovecharla. Para Wayne Arthurs la empresa también es vital. Culpado por arrugarse en el último partido de la final del 2001, busca hacer olvidar ese amargo trago.