«Si nos lo creemos, podemos ganar». Andreu Casadevall, técnico
del Breogán, no tenía duda de las posibilidades de su equipo en el
Raimundo Saporta y así lo manifestó en la víspera del partido. Sus
palabras hablan por si solas de la situación que atraviesa el
conjunto blanco, al que incluso un conjunto como el gallego,
perdido en la antepenúltima plaza de la clasificación, se le
presenta en casa convencido de la victoria.
La cuestión va más allá de la anécdota. En esta ocasión no se
trataba de palabrería gratuita, sino de una evidencia. El Real
Madrid presenta un cúmulo de deficiencias que ya no son producto de
circunstancias coyunturales, ausencias u otras razones más o menos
pasajeras. Sus taras cobran cada vez mayor dimensión y, además, la
única reacción que se atisba nace del pundonor. De momento, el
arsenal de recursos tácticos no pasa de la pizarra a la cancha.
El Breogán, que aterrizó en la capital con dos victorias y
cuatro derrotas, pareció el CSKA que tres días antes había
vapuleado a los blancos en Moscú. El monumental atasco de los
madridistas en el juego posicional sigue latente. De él surge otra
de las grandes asignaturas pendientes: las pérdidas de balón, cuya
frecuencia supera lo admisible.
La defensa, el otro apartado de carácter generalista, tampoco
acaba de cobrar intensidad ni se aprecian conceptos claros, y eso
que Javier Imbroda, el sufrido técnico blanco, es todo un
especialista. También se echa en falta alguna referencia anotadora
que aporte estabilidad y, sobre todo, transmita confianza a un
grupo muy necesitado de incentivos psicológicos.
Y, en tercer lugar, ya se ha convertido en costumbre que todos
los bases que se enfrentan al Real Madrid hagan lo que les viene en
gana. Para concluir una nueva derrota del equipo blanco ante el
Breogan.
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