Máximo Huerta en una firma de libros. | Gloria Ochoa

Máximo Huerta (53 años) confesó hace poco en su cuenta de Facebook que la red era su espacio para desahogarse. En este sentido, este jueves lo ha hecho tras vivir una situación con su madre, Clara Hernández, que le ha hecho llegar a una reflexión. La salud de ella sigue siendo delicada y el comunicador está volcado en sus cuidados.

«¿Tantas pastillas cada día? ¿Son necesarias? Sí, para seguir. Estoy ahora frente a vosotros, en esta pantalla. Debo hacer cosas y pensar menos», escribe en su perfil. Doña Leo se me ha colado a la cocina del bar Chafán porque le debía oler a cosas ricas, todas esas por las que yo me arrastraría también como ella por los suelos de una cocina donde fríen lomo, hacen tortillas y cortan queso para los bocadillos de anchoas. Pero estoy a dieta. Ayer me pesé, cien. Cien kilos. 185 centímetros, para los que sacan cuentas. A repartir», comenta Huerta.

Y prosigue: «Pero hace un minuto, mientras le pasaba a mi madre como un traficante las pastillas del corazón de mi mano al corazón de la suya, he pensado lo poco que estudia la industria farmacéutica. Si quisieran, desde hace décadas habría una pastillita color verde, por ejemplo -esperanza- para que todos estuviéramos en nuestro peso ideal, sin grasas extras. Pero claro, debe compensar más tenernos en la frontera del sufrimiento emocional y físico. ¿Cuánto deben ganar a cuenta de las dietas? Cremas, píldoras, sobres, batidos, etcétera. Me callo por no entrar en un bucle. No es lo importante hoy».

Y una de las cosas que llama la atención de su discurso a todos es sobre el cuidado de las familias. «Lo bonito ha sido el gesto del que os hablo. Había que rellenar los pastilleros, verde de día, azul de noche, para comenzar otra semana. Una más. Una menos. Y cuando mi madre ha puesto la mano formando un cuenquecito para que se las pasara, he pensado en quién hará eso conmigo. ¿Quién? ¿Quién me cuidará? ¿Quién me ordenará las pastillas», escribe el comunicador, quien no tiene hijos y por ello se ha parado a pensar sobre este hecho: «¿Quién cuidará a los que hemos cuidado? ¿Quién se ocupará de los que no tenemos hijos».

El periodista prosigue con su discurso y lo concluye destacando este gesto que ha compartido con su madre. Asimismo, remata el texto de la siguiente manera: «Voy a cerrar la ventana, entra viento frío, todavía queda algo de invierno en la temperatura de este dieciséis de mayo. La cama está hecha. El desayuno, dado. Y en el cuenco de mi mano, ahí donde las rayas de la palma dibujan una M debería estar escrito también un quién. ¿Quién será?».