En el periódico madrileño La Época se publicó un artículo en 1929 titulado En el mar y frente al mar, sensaciones de Ibiza, escrito por el periodista y crítico de cine Carlos Fernández Cuenca (1904-1977), intelectual muy comprometido, por comodidad —aunque fue amigo de Onésimo Redondo—con el régimen de Franco y que fue el fundador y primer director de la Filmoteca Española, también dirigió el Festival de Cine de San Sebastián.
En su tiempo fue también, con el gran Alfonso Sánchez (vean ustedes el extraordinario corto que sobre este crítico de arte hizo José Luis Garci), probablemente, el español que más sabía de historia del cine internacional (escribió monografías sobre Jean Renoir, Eisenstein, Antonioni, Keaton, Murnau, Dreyer, Kurosawa o Kenji Mizoguchi, ¡ahí es nada!) y, por supuesto, del cine nacional y, además, varios libros sobre el cine ruso. Una de sus obras más importantes es sobre la relación del séptimo arte con la obra de Cervantes.
Hizo, Fernández Cuenca, varias películas aunque al parecer no eran demasiado buenas, como la titulada Otros tiempos (1959) o los Misterios de Tánger que tuvo como protagonista nada menos que a Estrellita Castro, también fue actor con papeles cortos. La trayectoria literaria de Fernández Cuenca es larga y variada, comenzó siendo poeta ultraísta (en este género principiaron también dos genios: Cansinos Assens y Borges, que diez años antes de Fernández Cuenca había estado una semana con su familia en Ibiza).
Fernández Cuenca en 1929 estuvo en Ibiza, antes había estado en Menorca, y dejó una descripción de la Isla que tiene bastante de ojo cinematográfico y que tienen, pienso, algunos detalles interesantes para nuestros lectores. Llegó a nuestra Isla a bordo del vapor Infanta Cristina que enlazaba a Ibiza con Palma, Mahón, Barcelona y Valencia (haciendo varias escalas). Como llegó en octubre pienso que pudo ser para cubrir periodísticamente o ver las impresionantes maniobras militares que se hicieron aquel año, en las que participaron 64 buques de guerra y que propiciaron la visita a la Isla de Alfonso XIII, aquel rey llamado también El Africano, sobre todo por el papelón que hizo España en el Magreb.
El crítico de cine comienza alabando lo imperturbable del caso antiguo de Mahón, señala que está casi como en los tiempos en que lo recorrió Barbarroja. Esa imperturbabilidad secular también se la adjudica a la isla Pitiusa: «Ibiza puede sentirse orgullosa de que los avatares del tiempo no hayan podido oscurecer su especial fisionomía (…) y que sus costas apenas estén rozadas por la mano maquinista del hombre». Como tantos otros artistas, Fernández Cuenca señala que la fuerza de la belleza creada por los ibicencos supera a veces a la creada por la misma naturaleza (en eso coincide, pongamos por caso, con Raoul Hausmann, pero lo dice cinco años antes). «Isla menuda, toda blanca sobre el oro de la tierra».
Ibiza le recuerda a Santillana del Mar, como es sabido uno de los pueblos más bonitos de España (hasta lo decía Sartre), pero con la luminosidad de levante. El casco antiguo ebusitano le entusiasma con la Cuesta Vieja al anochecer (da la impresión que piensa en planos cinematográficos) y sobre todo le gusta mucho el mercado de la plaza de la Constitución, donde se embelesa con el bullicio, la indumentaria y la contemplación de las ibicencas: «Mujeres de Ibiza…Viéndolas, con sus faldas larguísimas y amplias, con sus pañuelos de seda que apenas si les cubre la nuca». Califica a las ibicencas de llenas de gracia y belleza, de ojos grandes y profundos y mirada tranquila. «Los domingos las payesas deslumbran con sus joyas típicas». Fernández Cuenca escribió en el periódico La Época y posteriormente en El Sol, en 1934 le mandó una carta a Paulino Masip, director de El Sol, indicándole que se iba del rotativo por motivos patrióticos. El Sol era liberal y Fernández Cuesta, no. Fue, repetimos, un gran especialista en casi todos los directores de cine que hoy son de culto: ¿qué opinaría si viera el cine español de hoy y la gala de los Goya?
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