Hoy vengo con un tema muy adecuado para las bajas temperaturas que estamos sufriendo estos días: el nesting (del inglés “nest”, que significa nido), que no es otra cosa que el “sofá y mantita” de toda la vida.
Esto tan simple que hemos practicado siempre, y que los nórdicos, por razones obvias, conocen tan bien (entronca directamente con el hygge danés, o el lagom sueco de los que hablaré en otra ocasión), tiene importantes beneficios para nuestra salud y nuestro bienestar.
Relacionado con esa tendencia tan americana de ponerles nombre a las modas, en los ochenta hablábamos del cocooning (del inglés “cocoon” que significa crisálida) que, básicamente, es lo mismo que el nesting: quedarnos en casa para descansar y disfrutar de ella.
Como es lógico, nos resulta más natural practicar el nesting cuando las bajas temperaturas y la poca luz exterior nos invitan a refugiarnos en casita, de la misma manera que, en cuanto llega el buen tiempo y el calorcito, el cuerpo nos pide salir y disfrutar del sol y del exterior.
Algo tan simple y a nuestro alcance como refugiarnos en la intimidad de nuestra casa nos ayuda a rebajar la ansiedad, descansar mejor y disminuir el estrés, y es la mejor fórmula para desconectar de la rutina diaria, reponer fuerzas y, por qué no, también para ahorrar dinero.
Pequeños lujos caseros como darnos un baño de espuma, remolonear en la cama al despertarnos, leer el periódico sin prisa, disfrutar de una buena novela, de nuestra serie o peli favoritas, hornear y cocinar a fuego lento, cuidar de nuestras plantas y mascotas, hacer la siesta, coser, tejer, pintar, practicar juegos de mesa…en definitiva, hacer cualquier cosa que nos apetezca, incluida la de no hacer nada y compartir tiempo en casa con nosotros mismos y con nuestra familia, tiene efectos reparadores en esta vida tan frenética y acelerada que solemos llevar a diario.
La sociedad actual nos demanda que estemos continuamente activos, que consumamos no solo bienes materiales, sino también experiencias culturales y de ocio, y que estemos siempre haciendo cosas, incluso en nuestro tiempo libre, lo que nos lleva a un estrés constante que termina por agotarnos. Aislarnos en casa y hacer solo lo que nos pida el cuerpo se convierte en una vía de escape que permite repararnos de ese ritmo frenético.
Muchas veces, nos refugiamos en las actividades y nos obligamos a no parar para huir de las preocupaciones. No pensar y no sentir parece la solución perfecta para no enfrentarnos a nuestros problemas. Pero, esa huida hacia adelante, puede terminar por pasarnos factura. En algún momento será necesario que nos enfrentemos a las cosas y que solucionemos en nuestra vida lo que necesite ser solucionado.
En lugar de dejarnos arrastrar por nuestro entorno, pasar tiempo de calidad con nosotros mismos, permitirnos parar y escucharnos, es la solución para conocernos, darnos cuenta de cómo nos sentimos y saber qué queremos y qué necesitamos de verdad. Y estar en un entorno cómodo, tranquilo, seguro, acogedor y familiar como el de nuestro hogar, favorece esa introspección tan necesaria.
Sin embargo, como en todo, también hace falta un equilibrio. Aislarnos por completo del exterior y encerrarnos en casa para no relacionarnos con los demás, resulta tan dañino como el extremo contrario. Si no tenemos ninguna vida social y nos cuesta demasiado salir de casa, quizás debamos preguntarnos si no estaremos teniendo algún problema que necesitemos solucionar.
Saber relacionarnos con los demás y hacer actividades que nos llenen y nos estimulen es tan beneficioso y necesario como saber refugiarnos en casa cuando lo necesitemos. Al final, no se trata de decidir si es mejor salir o quedarse en casa. Lo importante es encontrar el punto de equilibrio entre socializar y estar con uno mismo, e integrar ambas partes.
Como siempre, la clave está en escucharnos a nosotros mismos, darnos cuenta de qué es lo que realmente queremos, y decidir estando en coherencia con lo que nos apetece de verdad y no por lo que nos impongan los demás. Y una vez que hemos decidido que preferimos quedarnos en casa, se trata de sentirnos bien y de disfrutarlo al máximo. De nuevo, no es hacer cosas por hacerlas, porque no sabemos estar desocupados. Es aprovechar para hacer eso que nos gusta tanto y que nunca tenemos el tiempo de hacer, cuando nuestra agenda se come todo nuestro tiempo.
Darle espacio a nuestras aficiones, al descanso, al disfrute y al tiempo de calidad en familia, esas cosas simples que nos hacen sentir tan bien. Un elemento que debe eliminarse radicalmente del entorno la hora de practicar el nesting es el caos y el desorden. Que nuestro entorno sea relajante y sosegado es fundamental para sentirnos bien en casa y para que se convierta en ese refugio reparador que necesitamos. Por eso, vale la pena invertir tiempo en crear ese espacio agradable, atractivo y acogedor en el que nos apetezca pasar tiempo. Y la decoración y la iluminación pueden ayudarnos.
Se trata de favorecer un estado de bienestar mental que también puede generar beneficios en el plano físico, lo que contribuirá a nivelar la energía que invertimos en las actividades del día a día y poder compensarla con la comodidad y la tranquilidad de nuestro hogar.
Y tú, ¿practicas el nesting?
AUTORA
Soy Ana Costa, psicóloga positiva, especialista en mindfulness y en desarrollo personal. En mi página web http://zonamindful.com/ comparto recursos y estrategias para aprender a minimizar el estrés, a reforzar la autoestima y a tener una vida más plena, serena y feliz.
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