Montaje con maqueta, Paterna 2016.

Cuando sellamos destinos, ubicaciones, caracteres, hemos caído en una simplificación de lo elemental. Concretamos características acudiendo a una simplicidad que otorga. Logramos olvidar lo prescindible. Un avance hacia el minimalismo, hacia lo más elemental de una cultura.

En una visita a la agencia de comunicación Soma, topé con dos maquetas cuya única función era la de mecerse en recuerdos de algún evento o alguna ilusión, un 380 y un torito, el de Osborne. Me agradó tanto este encuentro que me apoderé de ambas y salí a la terraza para inmortalizar un encuentro cercano y feliz. La foto del tresochenta no tuvo éxito; por perspectiva y fondo se alejaba demasiado de una posible realidad, y eso que la maqueta no era la peor.

El resultado de la silueta sin embargo, despertó en mí recuerdos cuando en las primeras visitas a la Península descubría no sólo éstas, sino también las del Tío Pepe y posiblemente otras de aquella época que he de recuperar en memoria.

Claro, siempre se veían a distancia y eso que las primeras eran de madera y alcanzaban solo cuatro metros. Estaban también ubicadas más cercanas a las carreteras. Pero estas vallas no tardaron en tenerse que alejar de estas vías de comunicación, posiblemente por seguridad. Esta reubicación fortuita provocó un replanteamiento dimensional y material, con lo que se convirtieron no sé si en elementos publicitarios menos invasivos, pero ciertamente más imponentes. Al divisarse desde una lejanía casi absoluta no perdían en ningún momento esa grandiosidad admirable, símbolo de un espacio cultural que hoy día por evolución humana, ha logrado alejarse de los tópicos.

El encuentro más reciente lo tuve en Sierra Nevada, concretamente de vuelta a Granada, ya que durante la subida pude disfrutar de un paisaje nevado y limitado en visibilidad por la densidad de los copos.

Este Toro, sí visible pero no tan evidenciado, asoma entre vegetación y lomas, por estar situado en región montañosa, nada que ver con precisamente este tópico árido y abierto que asociamos a la valla. Casi es una falta de respeto degradar esta representación cultural a campañas publicitarias, cuando su origen fue precisamente éste. Aun así se ha convertido en un símbolo, que no necesariamente se relaciona con lidias o alcohol.

Prueba superada podemos decir. Como el Ampelmann berlinés, que tras la caída del muro estuvo a punto de desaparecer, ahora convertido junto al pirulí de Mitte en un icono de esta capital y para algunos posiblemente de un país. Suerte que el arte aparece cuando toca, y supera que en ocasiones se le ignore…

Así avanza y evoluciona el humano y alejado de lo típico. ¿Quién no recuerda las flamencas con vestidos a topitos negros y diminutas castañuelas bailando a ritmo, en formación plástica con claras y visibles juntas de molde? ¿Recuerda? Estos recuerdos todavía existen y tienen demanda.

Y recordemos sa sargantana formenterera, que seguramente también es icono de otras regiones -hace nada encontró hogar, una en la entrada de Jesús- o el podenco o el burro. Iconos que podemos encontrar en los maleteros, camisetas, bolsos, toallas, tazas, informando de procedencia o simpatía del propietario.

El toro sin duda es un icono que, por silueta, tamaño y ubicación ha fluido con el tiempo, superando etapas, épocas y episodios, sin perder ni equilibrio ni paciencia y expuesto a contraluz, perfectamente integrado en el paisaje.