El 1 de mayo Antònia Torres celebró su 98 años en compañía de su familia. «Soltera y sin compromiso» por decisión propia, esta nonagenaria que creció junto a sus otros nueve hermanos en Santa Gertrudis, concretamente en su casa familiar Can Joan Mayans, se encuentra en plena forma y con la mente totalmente lúcida.
Desde bien pequeña, recuerda que se ocupó de las tareas del campo y cómo con sólo cinco años cuidaba junto a su hermana mayor de ocho de un rebaño de 50 ovejas, «que podía ampliarse hasta las cien cuando críaban». En Santa Gertrudis hizo de payesa, «sembraba, labraba y cuidaba de mis hermanos pequeños». A día de hoy sólo quedan seis hermanos de los 10 que fueron, pero asegura que «siempre lo ha dado todo por ellos porque todos me han querido y me lo han hecho saber».
En 2015 sus hermanos y sus 29 sobrinos son su familia, ayudándola en muchas cosas y con quien pasa las fiestas y los aniversarios. Además, como rutina se permite los domingos ir a comer a la Llar Eivissa con una de sus hermanas. Eso sí, Antònia Torres puede presumir a sus 98 años de, entre muchas otras cosas, hacerse la comida todos los días puesto que es una de las cosas que más le gusta. Y es que esta nonagenaria se ha tirado más de media parte de su vida entre fogones. Con 30 años empezó a trabajar en la Fonda La Marina, ahora hostal, y lo que iba a ser un trabajo temporal de tres meses se alargó finalmente 26 años. De allí, y debido al cambio de propiedad del negocio, pasó a trabajar en la cocina del restaurante Ca n'Alfredo, en el paseo de s'Alamera. En este céntrico y conocidísimo restaurante trabajó hasta jubilarse a los 65 años.
Son muchos los recuerdos que guarda de esta época. Entre otros, que fue ella misma quien propuso a Joan Riera, el dueño del local, preparar salsa de Nadal, que aseguraque fue todo un éxito: «Toda Eivissa venia a buscar salsa a Ca'n Alfredo». Antònia empezó con 50 litros de salsa, y acabó haciendo 200 hasta hace sólo dos años puesto que pese a su jubilación, Navidad tras Navidad, ha continuado, sin falta, preparando en el restaurante este caldo navideño tan tradicional de nuestra cocina ibicenca.
Un día cualquiera
Pese a que tiene una salud envidiable, Antònia Torres, que vive en un tercero sin ascensor, no baja todos los días a la calle y sale cada vez menos a ver a sus amigas de toda la vida: «Tengo que subir y bajar 48 escalones y, aunque me encuentro bien, tengo miedo de caerme».
Pese a ello, sí que se prepara todos los días su desayuno, su comida y su cena «con tiempo, poc a poc, para que salga bueno». Afortunadamente, para hacerle el día a día más cómodo, además de la ayuda de sus hermanos, cuenta con una persona que le ayuda a limpiar la casa o la de una cuñada que le limpia la ropa. Y además, recibe muchas visitas y hay quien le lleva dos o tres veces por semana «pescado, carne y verduras, frutas y hortalizas de su huerto» para seguir cocinando cada día.
Salud de hierro
Con todo tiene una salud de hierro. Hace unos días Antònia se realizó unos análisis rutinarios, de los que aún no tiene los resultados pero a los que no tiene miedo porque «hasta ahora siempre he estado bien». Sólo recuerda un episodio que le llevó al hospital. Hace cuatro años se rompió la cadera, tenía 94 años: «Fue la primera vez que ingresaba en el hospital y, por suerte, no he tenido que volver nunca más».
No fue por mucho tiempo. Una vez que salió del centro hospitalario el accidente la obligó a estar un tiempo fuera de su casa, viviendo en Sant Antoni y en Jesús, pero fiel a su espíritu independiente una vez que pudo sentirse mejor decidió volver a su casa a recuperarse pese a que «cuidaron muy bien de mí», asegura.
Antònia Torres asegura que «no hay grandes consejos» para llegar activo y sano a los 98 años, pero confirma «que el tiempo y las experiencias dan sabiduría» como ella misma se encarga de demostrar. Sus palabras sabias sólo recomiendan «ser buena persona, estudiar y cumplir con todo, eso sí, siempre decidiendo por uno mismo, sin atender a malos consejos». En este sentido asegura asegura que todos los días se va a dormir «tranquila» con todo lo que ha hecho en su vida y sobre todo, satisfecha de haber «subido y colocado a todos sus hermanos».
Antònia Torres, con casi un centenar de años a sus espaldas, sana y cuerda, habla enérgica de su vida, de sus hermanos y de sus vivencias tanto como cocinera como payesa en el campo. Es el resumen de una vida cargada de experiencias y de una memoria llena de recuerdos. Una cabeza cuerda y sin muchas lagunas. Algo de lo que, con normalidad, también presume: «Sé muy bien lo que digo y lo que me dicen», concluye.
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