La víctima fue abordada al bajar de un autocar en la estación de autobuses de Eivissa.

«Puede entenderse que los acusados persiguieran a la víctima con la intención de hablar y aclarar un problema, pero no puede entenderse que, si su única intención era hablar con él, cuando éste cae al suelo, huyeran del lugar en vez de acercarse y conversar con el afectado».

Este es el principal argumento, además del reconocimiento médico, por el que la responsable del juzgado de lo Penal número 1 de Eivissa, la magistrada Clara de Arellano, condena a tres ecuatorianos que fueron juzgados días atrás por apalear a un compatriota instantes después de que éstos vieran a la víctima bajarse de un autocar en la estación de autobuses de Isidor Macabich de Eivissa. Los sospechosos, sin embargo, aseguraron en el juicio que el perjudicado se hirió en la cabeza y en el cuerpo al tropezar cuando los vio y que ellos nunca le pusieron la mano encima.

La juez impone ocho meses de prisión para cada uno de los tres acusados, dos de ellos, al parecer, hermanos, así como la imposibilidad de acercarse a menos de 150 metros o contactar con la víctima durante otros diez. En la misma sentencia, se fija una indemnización de 260 euros para el hombre que resultó herido en esta agresión, ocurrida supuestamente en un ajuste de cuentas.

De las declaraciones de unos y otros se desprendió que el afectado había tenido un enfrentamiento semanas atrás con uno de los acusados, disputa que según los datos recogidos por este periódico tuvo lugar en un bar.

El fallo considera probado que los tres acusados, puestos de común acuerdo, golpearon a su compatriota con una sucesión de puñetazos y patadas, causándole lesiones en la cabeza, manos y pies. Todo ello cuando poco después de las ocho de la mañana del pasado 11 de noviembre lo vieron apearse de un autobús en la principal parada de Vila. El perjudicado, según también se acreditó por los informes médicos, precisó varios puntos de sutura en la cabeza que tardaron siete días en curar, dos de ellos impeditivos.

«El relato de los acusados carece de lógica», resuelve la magistrada después de que los mismos sospechosos explicaran que decidieran marcharse al ver cómo otra persona atendía a la víctima.