El Pegaso arrancó una señal, el semáforo y finalmente aplastó a las azafatas. Roslada Ivanova Divena, de 37 años, falleció en el acto y su cuerpo quedó destrozado, hecho trozos. Su compañera tuvo más suerte, aunque el contenedor le amputó la pierna izquierda, le fracturó la pelvis y le provocó otras lesiones.
«¡Hay mucha gente aplastada!», gritaba una mujer mientras curiosos, vecinos y trabajadores de los alrededores se apilaban junto al contenedor, conmocionados. La Policía acordonó la zona y los primeros agentes que escudriñaron bajo el remolque quedaron terriblemente impactados por el panorama: Roslada Ivanova estaba irreconocible y su amiga se desangraba a través de su pierna cercenada a la altura de la rodilla. Las tareas de rescate fueron penosas, dantescas, y los restos de la fallecida tuvieron que ser introducidos en distintas bolsas. La herida fue evacuada con vida al hospital de Son Dureta, donde el doctor Corral la intervino de urgencia de su pierna derecha mutilada. El pie izquierdo también estaba destrozado, con gran pérdida de piel. Los médicos le limpiaron esa herida y luego la atendieron de la fractura de pelvis y las otras heridas. Su estado es muy grave, pero en principio su vida no corre peligro. El peligro son las infecciones, ya que está muy débil y podrían ser nocivas para ella.
Luego, de forma espontánea, reconoció que también había esnifado cocaína. Quedó detenido por un delito de homicidio imprudente y hoy está previsto que preste declaración en el juzgado de guardia.
Andrés C.F., de 36 años, había pasado la noche embarcado en el buque «Murillo», de la compañía Trasmediterránea. A primera hora arrivó al puerto de Palma y el chófer salió al volante de su Pegaso 360, un camión de 18 metros formado por una cabina y dos remolques. El vehículo, cargado con electrodomésticos y muebles, subió por el puente del Club de Mar, al final del Paseo Marítimo, y descendió para incorporarse a esa vía en dirección a Porto Pí. Tomó la curva a una velocidad excesiva y la parte trasera del camión se le fue y realizó un «efecto látigo». A continuación volcó y se precipitó sobre las dos amigas del Este, que esperaban en el semáforo para cruzar, ajenas a lo que se les avecinaba.
El centro de emergencias del 112 comenzó a recibir llamadas de testigos, que hablaban de que un camión había volcado sobre una marquesina y había aplastado a las personas que esperaban el autobús. La información, como luego se comprobó, era errónea. También se especuló en los primeros minutos con que las víctimas mortales eran varias, ya que había miembros amputados y un escalofriante charco de sangre. La Policía del Puerto, la Policía Local, el Cuerpo Nacional de Policía, los bomberos, la Guardia Civil y ambulancias del 061 tomaron ese tramo del Paseo Marítimo y los mandos del cuartel de San Fernando decidieron cortar el tráfico en ambos sentidos. Se trataba de una medida drástica que iba a provocar un atasco monumental, pero era necesaria para que una gran grúa pudiera levantar el contenedor y auxiliar a las mujeres atrapadas.
Mientras tanto, en el Paseo Marítimo continuaba el drama. Cuando la grúa levantó el remolque volcado una enorme mancha de sangre sobre la pintura del contenedor horrorizó a los testigos, algunos de los cuales tuvieron que mirar en otra dirección.
Andrés C.F., el chófer de 36 años, fue conducido al coche de atestados, donde sopló en el control de alcoholemia y confirmó las sospechas de que iba bebido.
El corte del Paseo Marítimo, una de las arterias principales de Palma, trajo el caos circulatorio, que se prolongó hasta las diez y media de la mañana. Todos los agentes disponibles de la Policía Local de Palma fueron movilizados para desviar el tráfico por Joan Miró u otras calles, y para rescatar a los miles de vehículos atrapados en el gran atasco. La Guardia Civil apoyó el dispositivo. El concejal Àlvaro Gijón y el jefe de los bomberos, Manuel Nieto, presenciaron in situ el operativo junto al puente del Club de Mar. Casi tres horas después de la tragedia sólo permanecían en la zona algunos periodistas, operarios de limpieza y los policías locales que ultimaban el atestado. La jornada de sol de las dos azafatas había acabado antes de empezar. De cuajo y en unos segundos.
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