Parte de ese dinero lo envía mensualmente a sus familiares en
China. En el momento de ocurrir los hechos, el 27 de noviembre de
1999, sólo disponía de 166.000 pesetas en la cuenta, cantidad que
presuntamente extrajeron dos de los acusados tras apropiarse de su
libreta (aseguran que les fue entregada voluntariamente por la
joven, al igual que el número secreto).
Según explicó la intérprete -que utilizó el chino mandarín para
comunicarse con sus compatriotas-, Mónica (nombre artístico de Z.
Y. en la noche) comenzó a prostituirse en Menorca. En aquella isla
su novio trabajaba en el restaurante de uno de los acusados y
dormía en un apartamento anexo al local. La relación sentimental de
la pareja era sumamente peculiar, ya que, según las declaraciones
de los acusados, él la introducía cada noche en el apartamento
comunitario para que satisfaciera los instintos básicos de pinches,
cocineros y lavaplatos del restaurante. Cuando el jefe se enteró
del negocio, el novio de Mónica fue despedido.
En la vista también fueron desvelados los hábitos sexuales de
este grupo de chinos. Dos de los acusados, J. Z. y J. H. -que
aparentemente eran meros comparsas a las órdenes de J. Y. y de H.
N. S.- se convirtieron en clientes de un club de Sant Antoni. Allí
buscaban sexo, pero no para practicarlo con cualquiera: a ser
posible, con mujeres orientales, ya que, según argumentaron, con
ellas podían comunicarse mejor que con las occidentales. Por
camaradería, precisamente, Z. Y. accedió a prostituirse en el piso
que los cuatro acusados habían alquilado en Sant Antoni. Aquella
fue la primera vez que la joven oriental se mostraba dispuesta a
ejercer en una cama ajena: lo hacía -según alegó durante el juicio-
porque le apenaban aquellos compatriotas que al día siguiente
abandonarían la isla. Eran chinos, estaban solos y, oh casualidad,
procedían de la misma provincia china.
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