Zona donde sucedió la caída. | Gisela Revelles

La vida de M.M., vecina de Vila, dio un vuelco en la tarde del pasado mes de enero. Algo tan simple como sacar a pasear a su perro, Lobi, se convirtió en un cúmulo de problemas que aún hoy no han acabado. M.M. tropezó con una baldosa levantada de la zona de calistenia del bulevar Abel Matutes y la caída le provocó, además de la pérdida de conciencia, graves heridas en el rostro.

El parte médico es estremecedor: «Hematoma bipalpebral izquierdo que limita apertura ocular espontánea. Edema supraciliar. Menor función de m. frontal izquierdo, en posible relación con edema.

Herida inciso contusa de 5 cm a nivel cola de ceja hacia mejilla izquierda, afectando piel, TCs y m. orbicularis oculi, herida transversal con flap. Presenta otra herida suturada por URG en dorso nasal. Fractura HPN con hundimiento (…) presenta herida en borde del párpado superior izquierdo, afectando a tarso, con discontinuidad del mismo, de unos 4 mm, también otra herida subciliar izquierda inferior, con exposición de órbita sin más profundidad». Por si esto no fuera suficiente, en el TAC «se observa fractura pared medial desplazada órbita izquierda + suelo de la órbita. Fx HPN».

«Mira como estoy», dice muy afectada este viernes, «tengo la cara hecha un cuadro. Estoy muy agobiada, no me atrevo apenas a salir a la calle porque me da vértigo. Y ni siquiera puedo sacar al perro porque me da miedo volver a caerme». Quedamos en una cafetería a las puertas de su casa. M.M. es una mujer menuda, de 62 años, coqueta, frágil y ahora mismo asustada. Recuerda el momento de la caída: «Hice lo de siempre, salí del portal y Lobi empezó a tirar de la correa. Había gente por aquí y yo iba con él y no vi la baldosa levantada. Ahora que me he caído es cuando me he fijado que toda la zona está igual. Supongo que es por las raíces de los árboles. Pero yo no quiero ni pensar qué hubiera pasado si se cae ahí un niño pequeño o una persona mayor».

Zona donde sucedió la caída. Créditos: Gisela Revelles.

Desde el 23 de enero su vida discurre entre su casa y el Hospital de Can Misses, donde llevan su caso «una maxilofacial, un otorrino y una oftalmóloga». Hasta hace nada, tenía que ir cada día a que le hicieran las curas correspondientes. Ahora ya puede dejar pasar varios días entre visitas.
Hoy sabe que fue gracias a una vecina, Ana María, que recibió la primera atención al poco de caer al suelo y quedar inconsciente. Esta enfermera le hizo unas primeras curas mientras permanecía en el suelo y se encargó de avisar a la ambulancia para que la trasladaran al centro hospitalario. «Si no llega a ser por ella», dice M.M. agradecida, «no sé qué hubiera sido de mí».

El perro

Al disgusto del accidente se unió otro minutos después de recuperar la conciencia. «En la mesita del hospital estaban mi teléfono, las llaves de mi casa y la correa de Lobi, que es con lo que había salido de casa», recuerda, «y fue cuando me di cuenta de que no sabía dónde estaba el perro. Mi hija estaba ya conmigo en el hospital y yo me puse muy nerviosa. Ella llamó a la Policía Local, pero no sabían nada y le dijeron que llamara a la perrera de Sa Coma».

Y fue en la perrera municipal donde se encontró con un nuevo problema: «Ellos tenían a Lobi pero para entregárselo a mi hija había que pagar. Les dio igual que el perro se hubiera escapado porque yo me había caído. Les dio igual que yo estuviera en el hospital. Hemos tenido que pagar 115 euros para poder sacarlo de allí aunque solo estuvo unas horas».

M.M. tiene fibromialgia. Hace no mucho sufrió un grave infarto. Cobra una pensión no contributiva de poco más de 500 euros mensuales. Y ahora mismo su vida está casi en suspenso. Cuenta que ha pasado dos semanas prácticamente encerrada en casa por las heridas y por el temor a volver a caerse. «Si no llega a ser por mi hija», afirma agradecida, «no sé qué hubiera sido de mí porque yo no podía ni ir a comprar comida. Ella ha estado aquí cuidándome y se ha hecho cargo pero también tiene que hacer su vida, trabajar…».

Aunque ahora ni siquiera tiene fuerzas para indignarse sí tiene claro que «las baldosas están levantadas por las raíces de los árboles» y se pregunta cómo es posible que esta zona del bulevar, que depende del Ayuntamiento de Ibiza, esté tan descuidada. «El Ayuntamiento tiene que dar una respuesta», asegura entre lágrimas, «esto no puede estar en estas condiciones. Yo casi me mato y solo he tropezado». Basta pasar por allí para comprobar que la baldosa con la que M.M. tropezó es una de tantas de las que están levantadas.

«A mí ahora me da mucho miedo salir a la calle y no se me ocurre venir por aquí porque, además, al saber de mi caída, otros vecinos han venido a contarme que ellos también han tenido problemas por esto», se despide, «yo me he dado un golpe que casi me mato. Menos mal que estaba Ana María y que estuvo todo el rato conmigo hasta que llegó la ambulancia. Ahora mismo estoy hecha polvo. Y aún hay que ver si me quedarán cicatrices. Gracias a Dios, parece que al final no tendrán que operarme del pómulo. Pero aún no sé qué pasará porque hay que ver cuando me baje el golpe de la ceja cómo me afecta».