Con la voz de los niños de San Ildefonso de fondo cantando el Gordo de Navidad (el 65379) y con la euforia por el cambio de milenio que se vivía a medida que se acercaba el final de 1999, Sergio Orvay y José Antonio Guasch ‘Watson’ abrían por primera vez las puertas de Can Sala en pleno corazón de Sant Jordi.
El Gordo pasó de largo, pero a Sant Jordi le tocó la fortuna de ver el nacimiento de lo que se convertiría en uno de los puntos neurálgicos del pueblo, un punto de encuentro donde se tejen relaciones y se vive la auténtica vida de pueblo.
La experiencia de Watson en la hostelería comenzó con apenas 17 años, trabajando en Sa Tisana, el bar de moda de Sant Jordi por aquel entonces. Allí, tras hacer la mili, cogió experiencia llevando el negocio durante un tiempo, primero a medias con el dueño y después en solitario. En aquella época, mientras lo llevaba en solitario, Sergio comenzaría su experiencia en la hostelería como empleado de su amigo Watson. «En realidad, cuando era pequeño, me metía en la barra de Can Misses en los partidos de fútbol», bromea Sergio, que recuerda que «estuve trabajando en una oficina de seguros una temporada, antes de hacer la mili».
Más tarde, mientras Sergio hacía la mili, Watson pasó dos años al frente del bar del club de la tercera edad de Sant Jordi, una etapa que recuerda con cariño: «Fue una experiencia muy enriquecedora. Aprendí mucho de las personas mayores, hice amigos que aún son clientes de Can Sala. Por desgracia, muchos ya no están, pero queda su memoria».
Tras terminar el servicio militar, tal como explica Sergio, «tenía que volver a la oficina de seguros, pero el trabajo de despacho no me gustaba y le propuse a Watson abrir nuestro propio negocio».
«Comenzamos desde cero con el apoyo de nuestros padres, Marisa y Joan, y Pepita y Josep», recuerda Sergio mientras reconoce la juventud que ambos socios y amigos conservaban hace 25 años: «Teníamos 18 y 21 años. Sin el apoyo de nuestros padres no habríamos podido salir adelante».
«Los primeros días nos creíamos que nos apañaríamos los dos, yo en la cocina y Watson como camarero», recuerda Sergio mientras reconoce que «el tercer día ya no sabíamos qué hacer los dos solos». Así, la familia de Can Sala fue creciendo enseguida con empleados como Sonia en la cocina donde, «tras la reforma que hicimos, pudimos empezar a preparar platos más allá de los bocadillos que hacíamos hasta entonces». Sin ningún plato estrella en la carta, la cocina de Can Sala brilla con sus populares montaditos, hamburguesas «sin pretensiones» o la última incorporación, el cachopo, «que está teniendo mucho éxito». El ingrediente básico de Sonia, tal como reconoce ella misma: «el cariño y la profesionalidad». Ángeles, Gabi, Franky y Mara completan el equipo de cocina junto a Sonia; Andrés, Carlos, David, Juanvi y Elisa son el resto de la familia de Can Sala.
Desde su apertura, Can Sala no ha sido solo un bar: «Es una especie de centro social, de ‘Ayuntamiento de Sant Jordi’», comenta Watson entre risas mientras añade que «desde que dije en una entrevista que somos como una ONG, los clientes no dejan de recordármelo». Watson se refiere a que «más allá de que vengan los políticos de vez en cuando, mucha gente viene a contarnos sus problemas y ayudamos a quienes podemos como podemos».
Implicados
Una de las maneras en que Can Sala se implica en el pueblo es el patrocinio al equipo de fútbol del IES Algarb, «que siempre que acaban de entrenar los viernes vienen a Can Sala». Una prueba del vínculo que este establecimiento tiene con su clientela, de la que ambos socios subrayan desde sus 25 años de experiencia que «desde que abrimos, hemos visto crecer a muchos niños que ahora vienen con sus hijos».
Una clientela que tiene sus propias mesas reservadas semana tras semana, tal como asegura Sergio: «Cuando llaman para reservar, nosotros ya sabemos que los de Can Savina quieren esta mesa, que Lolo y Rafi prefieren esa y que la de allí es la preferida de Juanma y Vicenta».
La atmósfera del bar está impregnada de historias y personajes memorables. Watson recuerda a Xicu Maseuet, un pescador célebre por sus anécdotas, o a Cantonet, conocido por sus bromas, como pagar en monedas de céntimo tras una ironía sobre el cambio suelto.
Batu fue uno de los primeros clientes de Sergio y Watson: «Yo les ayudé a desempaquetar las sillas», recuerda apoyado en la barra mientras asegura que «desde entonces, vengo cada día: estoy abonado».
«Yo soy el primero que llega cada mañana, así comienzo el día con alegría», interrumpe Oliver antes de afirmar con rotundidad que «en Sant Jordi, la semana comienza los martes, porque los lunes Can Sala está cerrado».
«El lunes es el peor día de la semana», confirma con humor Carmen, clienta más que habitual de Can Sala: «Vengo a tomar el café, la cervecita, alguna vez me llevo comida para llevar y siempre cuando acabo de trabajar por la noche, justo antes de que cierren».
«Como estar en casa»
«Familiaridad» es la palabra que más repite la clientela de Can Sala a la hora de describir el ambiente del local. En el caso de Toni, esta sensación toma un nivel superior: «Trini, mi esposa, estuvo trabajando aquí durante 11 o 12 años antes de que falleciera. Estar aquí es estar en casa; cuando me subo al coche, el gas me trae aquí solo», añade Toni con humor.
El buen humor y la confianza son dos factores más que habitan en Can Sala, tal como evidencian comentarios entre risas como los de Vicent: «Aquí nunca invitan a nada», o los de Batu: «Son todos unos flojos».
Eulària es vecina de Sant Jordi y asegura que «vengo desde el primer día. Muchas veces vengo con mi hijo a comer una ‘Hamburguesa Can Sala’».
Entre la clientela de Can Sala se pueden encontrar también las fuerzas vivas del pueblo, desde el párroco al alcalde pasando por los concejales del Ayuntamiento ‘oficial’. Nieves es una de ellas: «Antes de ser política ya era clienta; solía venir mucho con mi padre, Xicu», asegura la concejala, que reconoce que «además del trato que hemos tenido siempre con ellos, la comida es tan buena que mi hijo no quiere ir a otro lado que no sea Can Sala para comer un cachopo».
Una de las mesas habituales, sobre todo los jueves, en Can Sala es la que ocupan Fermín, Toni, Neus, Irene y Pedro cada mañana después de haber hecho ejercicio. «Aquí se está como en familia», reitera Fermín, vecino de Sant Jordi como Toni y Neus. «Vivimos en Sant Jordi desde que abrieron Can Sala», asegura Toni, mientras Neus, su esposa, le corrige: «Nosotros vinimos hace 23 años y Can Sala ya estaba abierto». Ambos coinciden en que «venimos siempre desde que vivimos en Sant Jordi». «Yo me paso la vida aquí, aunque vivo en Puig d’en Valls», añade Irene entre risas junto a su marido, Pedro, que matiza que «en nuestro pueblo también hay buenos bares, pero no solemos faltar ningún jueves para cenar en Can Sala».
3 comentarios
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Me gusta aún ir. Mantiene el tamañomde los.bocatas y su grosor. Aunque me va de camino bar can bellotera a veces si consigo parking a la primera acudo a can sala.
Uno de los mejores bares de la Isla Simpáticos ,buena comida ,buen ambiente .Gracias Watson Sergio y "equipaje "
Ir a Can Sala es como estar en casa, está en nuestras vidas, como Jose y Sergio.